VUELTA DE HOJA

Ciudades manuscritas

En esta hora española, que cada cual mira en un reloj distinto, hay muchos ciudadanos que se están subiendo por las paredes y otros que se dedican a escribir en ellas. Cualquiera que mire los muros de la patria suya puede fomentar la sagrada afición a la lectura, pero en cambio no puede desarrollar su extraño impulso a escribir, ya que todos los espacios urbanos están ocupados. Siempre se ha hablado del evidente peligro social que constituye un tonto con un lápiz, pero lo malo es que ahora el número de tontos de todos los colores políticos es idéntico al de lápices de colores. Para mayor confusión, entre ellos se han infiltrado algunos artistas verdaderos, que creen que su barrio es Arco, y para darse a conocer pretenden sobrevolar entre la marabunta de emborronadores de fachadas.

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El fenómeno, que ya es antiguo, se está haciendo más pujante, hasta el punto de que los Ayuntamientos cada vez se ven obligados a destinar un mayor presupuesto a limpiar las eventuales obras de arte. Ya sabemos que desde que se ha dado en decir que todos los genios tienen un tornillo suelto, no hay majara que no se crea genial. Antes, quiero decir en la inacabada Transición, abundaba el ingenio en los llamados grafiteros, pero ahora lo que abunda son los colorines. Hubo una época en la que los transeúntes más liberales podían sonreír al leer los mutuos dicterios políticos, incluso metafísicos. No dejaba de ser una forma de transmitir el pensamiento del desconocido autor. No se me olvida aquel letrero que decía La vida es una barca, firmado: Calderón de la Mierda. Fue una lástima borrarlo de las paredes, pero también fue un gasto. Limpiar las ciudades cuesta mucho dinero. No sé si menos que educar a sus ciudadanos, incluidos los tontos armados de lápices.