Callejón sin salida
La furgoneta-bomba con la que ayer ETA llevó la destrucción a Madrid provocó, una vez más, el estupor y la indignación de una ciudadanía que no está dispuesta a dejarse amedrentar por la banda terrorista. Fuese cual fuese la intención inmediata de los etarras, y aunque su objetivo directo pudiera ser una de las empresas comprometidas en la construcción del trazado para el Tren de Alta Velocidad en Euskadi, el atentado obedece al mismo fin que todos los demás: la perpetuación del terrorismo y de su poder de alienación sobre una parte de la sociedad y de la política vasca. Pero nada de lo que haga ya el terrorismo puede cuestionar las certezas en las que ha de basarse la estrategia democrática para acabar con él: la sinrazón absoluta que invalida al terror como interlocutor de la democracia, la progresiva debilidad de su maquinaria de muerte y su ineludible derrota.
Actualizado:Ahora que probablemente ETA quedará sin cobertura política en el Parlamento vasco, los activistas del terror y los miembros de la izquierda abertzale que persistan fuera de la ley conformarán una única realidad sin disimulos ni dobleces. Es la situación a la que, al final, les ha conducido su tenaz intento de burlar la legalidad para servirse de las instituciones y de las propias libertades con el fin de arremeter contra ellas. Con la previsible anulación de las candidaturas de D3M y Askatasuna por parte del Tribunal Constitucional se cerrará una etapa de paciente espera a que el ejercicio de las libertades indujese la evolución democrática de la izquierda abertzale, inaugurándose un nuevo tiempo en el que la democracia envía un mensaje inequívoco a los terroristas y a sus adláteres: que no tienen otra salida que el desistimiento expreso.
Durante todos estos años, ETA ha intentado transferir su exclusiva responsabilidad al conjunto de la sociedad y a sus instituciones para que fuesen éstas las que se esforzaran en buscar elementos de trueque que contentaran a la banda terrorista. Este juego, perverso y macabro, ha llegado a enredar en más de una ocasión a los demócratas y ha enraizado en amplios sectores de la opinión pública vasca.
Pero tras la ruptura de su último alto el fuego y ante la insistencia de la izquierda abertzale por hacerse hueco en las instituciones burlando las leyes y negándose a retractarse de su actitud cómplice, el Estado de Derecho ha encerrado a ETA y a sus seguidores en el callejón sin salida al que les han conducido sus propias acciones.