MIRADAS AL ALMA

Roma, ríos de sangre

La luz en Roma está cuidadamente repartida entre resplandores y sombras. Todo tiene su sombra, hasta el espíritu. Como raíz de todo inicio, nace ante los ojos el poderoso Coliseo, teatro de antiquísimas batallas navales y escenario de sangrientas luchas entre hombres y leones, tributo de sangre ante la sátira muchedumbre. Si cierras los ojos podrás escuchar, entre el tupido viento, oleadas de gritos de mártires ante el sanguinario pueblo entusiasmado, sediento de sangre. A su lado, el bellísimo Arco de Constantino ha sido testigo, hoy ciego y mudo, de dicho espectáculo; y bajo su media luna, un río de voces opacas. Paseando por las ruinas de su antigua metrópolis uno sueña, más que imagina, cómo los arquitectos de la época se las ingeniaban para levantar unos lujosos palacios de inconmensurable sentido, de una arquitectura rica e inteligente. De San Pietro me viene una mirada de truenos y una muda voz de relámpago. En su interior mora el portentoso Moisés, cúspide de todo mármol, recreación de toda creación, ira de una espantada vista, legado de un Miguel Ángel, hijo de toda creatividad y engendro de un sofocante ingenio. Antes Leonardo, Miguel Ángel y Rafael eran hijos de Italia; hoy, la cultura universal es hijo de ellos. Ellos, padres del cénit de todo arte. Una voz de cascada, una llamada de arrullo, parecen llamarnos por las estrechas calles colindantes de la divina Fontana di Trevi, donde la calma y la tempestad se abrazan en la figura del rey del mar, el enigmático Neptuno.

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Pasear por Roma es encontrar un todo desde la nada. Su gastada piedra de asfalto rompe en magníficas plazas de mármol de carrara. La luminosa plaza Navona, con sus cinco ríos de ensueño; la vertiginosa plaza de España, con sus incansables escalones hasta llegar a la Basílica de San Pedro y sus museos vaticanos, engendro de un pecado con imagen de bella Venus, apóstoles mártires de sus sufrimientos y un Jesús símbolo y obra hoy de lo que nunca fue. Todo mi pensamiento termina, como río que busca morir en su mar, en la cripta de los monjes capuchinos; más de cuatro mil calaveras de unos frailes que se nos muestran con sobrecogedora sobriedad casi artística. Ellos, desde su muerte, nos dicen: «como vosotros, nosotros éramos; como nosotros, vosotros seréis». Así es Roma, desbordante por su cuerpo de Júpiter y desafiante por el pecado de su sombra.