LA CASAPUERTA

Metamorfosis del Carnaval

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lo largo de sus más de 100 años de historia, el Carnaval de Cádiz ha ido evolucionando gradualmente acorde a los tiempos que corrían y le tocaba vivir. Durante estos 100 años acontecimientos impopulares y guerras civiles fueron desgastando el alma del Carnaval hasta que, prohibido por decreto, firmaba su finiquito. En el siglo XX los españoles hemos vivido más tiempo en guerras y represiones que de paz democrática. Y esos años de silencio, sin tangos y sin copla, nos pasaron factura. A principios de los años 20 se incorporan con aires nuevos el Tío de la Tiza, Cañamaque, el Batato, Clavaín, Fornell, el Quini y otros que fueron inyectándole savia nueva a la tradición, innovando los contenidos básicos del modelo sin herir la sensibilidad de su naturaleza. Con ellos también llegaron Fletilla, Chimenea, Juan Poce, Antonio Torres, Aguillo padre, el Carota y más que pusieron su humilde semilla. Por los años 50 se incorpora Paco Alba, aportando armonía, sensibilidad, buen gusto y elegancia. Enrique Villegas nos aporta su buen estilo y sentido teatral. Ricardo Villa nos lega su literatura popular. En los 60 se incorporan: Antonio Martín, Quiñones, Ripoll, Bustos y un servidor, tocándonos vivir tiempos difíciles. Luego: el Maza y el Peña, Aguillo hijo, Paco Rosado, Julio Pardo, Migueles, Zamora, Pastrana, el Love, Selu, Yuyu, el Sheriff y muchos más que les fuimos fieles a los principios. A esos principios que se están apartando de la línea maestra del Carnaval y el genuino sabor gaditano y se está cambiando por influencias foráneas y cibernéticas ajenas por completo a su alma. Esto no es Brasil, ni Uruguay, ni Venecia. Esto es Cádiz. Se está minimizando demasiado lo singular e innato, lo puro, lo auténticamente nuestro. Lo más popular y característico; el pellizco. El pellizco de una buena letra de tango o de un buen pasodoble que te ponga los pelos de punta. ¿Metamorfosis?