
¿Ver para creer?
Todos mordieron el anzuelo, desde los periódicos más serios a las televisiones más comerciales. En medio de la vorágine, nadie se paró a comprobar si era cierto. Sin embargo, el pasado 22 de diciembre dio la vuelta a España la imagen de aquella mujer con su décimo de lotería agraciado hecho añicos tras, supuestamente, haberlo pasado por la lavadora. En realidad, era todo una farsa. Se trataba de una actriz que Jordi Evolé -más conocido como El Follonero- había colado en una administración de Madrid. «¿Cuánto cuesta crear una noticia? ¿Qué ingredientes de relevancia periodística hay que combinar para captar la atención de los medios?» se preguntaba. Y lo demostró. Claro que el revuelo fue mayúsculo.
Actualizado: GuardarEsta semana le ha seguido los pasos Wyoming, reabriendo el debate sobre la rigurosidad de los medios a la hora de difundir una información con su falsa bronca a una becaria en su programa de La Sexta, 'El Intermedio'. La grabación fue enviada por un supuesto anónimo a Intereconomía, que la dio por cierta. La polémica estaba servida. Hasta la Asociación de la Prensa tomó cartas en el asunto.
Su presidente, Fernando González Urbaneja, criticó la broma: «Revela un desprecio y una enorme ignorancia de las reglas de este oficio». Por no hablar del «estado deplorable en que está la profesión». «En las redacciones no hay mecanismos de alerta, porque alguien puede imaginar algún desatino, pero debe haber siempre quien lo pare», advirtió. Ahí está el quid de la cuestión: ¿Los medios están eludiendo su responsabilidad de verificar las informaciones? La doctora en Ciencias de la Información y profesora de Ética y Deontología de la Información en la Universidad Complutense de Madrid Elena Real no tiene dudas: «Desgraciadamente, sí». Lo atribuye a la «inmediatez» con la que hoy en día se trabaja en las redacciones.
«Habría que pararse más, no ir tan deprisa porque la esencia de la comunicación es buscar la verdad», coincide Antonio Torres, doctor en Ciencias de la Información y director territorial de la Radio Televisión de Andalucía (RTVA) en Almería. A su juicio, lo único que se consigue con estas prácticas es «confundir a la opinión pública».
Un estudio reciente realizado con varias cabeceras 'serias' de la prensa británica reveló que la inmensa mayoría de las informaciones ni se verificaban, ni se contrastaban. Eso es lo que, en opinión del presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación, Alejandro Perales, se pone de relevancia con engaños como los de El Follonero o Wyoming. «Denuncian lo poco que se contrastan las informaciones, una mala praxis que nos tiene que llevar a reflexionar sobre la tendencia a sacrificar la veracidad en favor del morbo», puntualiza.
Otra cosa son las batallas entre grupos de comunicación y cadenas, como es el caso de La Sexta e Intereconomía. «Las guerras entre periodistas o presentadores de empresas ideológicamente contrarias son ya una práctica clásica de marketing», considera Dolores Rodríguez, doctora en Ciencia de la Información y profesora de Organización y Gestión de Empresas de Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid.
Está comprobado: la audiencia responde. Y no sólo en la calle (es el tema del día), también en pantalla (el pasado lunes, Wyoming batió récords con millón y medio de espectadores). «La información siempre ha sido poder, pero desde hace algún tiempo los hombres de negocios se dieron cuenta de que es dinero. Por ello, lo que interesa es vender. ¿Y qué vende? Aquello que da espectáculo. De ahí el sensacionalismo», puntualiza el doctor en Filosofía Antonio Linde, profesor de Ética de la Comunicación en la Universidad de Málaga y autor de numerosas publicaciones.
No es nada nuevo. El poder de los medios ha quedado suficientemente demostrado. Ya en 1938, Orson Welles protagonizó un capítulo mítico de la Historia: la adaptación a un guión de radio de la novela de ciencia-ficción de H. G. Wells 'La guerra de los mundos'. En forma de noticiario, el cineasta narró la caída de meteoritos que serían contenedores de naves marcianas que derrotarían a las fuerzas norteamericanas usando una especie de 'rayo de calor' y gases venenosos. En realidad, era ficción, una dramatización de la obra de Wells, y se advirtió en varias ocasiones, pero muchos oyentes no escucharon el aviso y la alarma invadió el país. Incluso la comisaría de policía y las redacciones de los periódicos se bloquearon por las llamadas.
La población estadounidense estaba convencida del supuesto ataque. No fue difícil conseguirlo. ¿Quién les iba a decir que lo que estaban escuchando en vivo y en directo no era cierto? Y es que, como recuerda Linde, «nuestra percepción del mundo es indirecta, en buena medida lo conocemos tal como nos lo presentan los medios». Es fácil deducir, por tanto, que la línea entre ficción y realidad se haga más difusa. «Cada vez será más difícil podernos fiar de nada», agrega Linde, que propone como armas «la educación, la cultura, y el espíritu crítico». Pero también los propios periodistas lo tienen complicado. Recuerda la periodista y profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla Maritza Sobrados que «contrastar las fuentes es una regla básica del buen periodismo». Sin embargo, hay casos en los que comprobar la veracidad se convierte casi en labor detectivesca y la «inmediatez» de la que apuntaba Elena Real se interpone en el camino.
«El periodista no puede ser un detector de mentirosos, no entra dentro de las capacidades humanas. Ha de procurar, eso sí y hasta donde le sea posible, tener cierto instinto profesional para evitar que le cuelen una información falsa», considera la profesora, que no considera «lícitos desde el punto de vista ético» iniciativas como las de La Sexta. No en vano, hasta prestigiosos periódicos como 'The Washington Post' o 'New York Times' han caído en la trampa. Concretamente en la de Joey Skaggs, especialista en inventar noticias y presentarlas a la prensa con el fin de poner en evidencia a los medios de comunicación y mostrar lo sencillo que es pasar por real una farsa.
Un obstáculo añadido son las informaciones 'dirigidas'. Según Sobrados, lo que está pasando ahora es que se está haciendo «un tipo de periodismo de mesa, propiciado por el hecho de que las fuentes cuentan con gabinetes de prensa que se ocupan de ofrecer las noticias».
Todo unido está empezando a menoscabar la credibilidad de los medios. «El morbo y el sensacionalismo, algunas veces disfrazados de bromas, están cada vez más presentes en el acontecer diario que nos transmiten los medios de comunicación. Este tipo de prácticas perjudican a una profesión que hoy en día es una de las de menor credibilidad», lamenta la profesora.
No obstante, el contexto tiene su peso. No es lo mismo una mofa que una noticia falsa. Como tampoco un informativo que un magacín. «La credibilidad no tiene que ver con las bromas. Cuando sí se puede entrar en un campo peligroso es en el momento en el que no quedan perfectamente delimitadas e identificadas para la audiencia en el terreno del humor y el entretenimiento», precisa Dolores Rodríguez.
Aquí también entraría el ámbito del 'corazón', donde a menudo tienen cabida todo tipo de declaraciones. A juicio de la profesora Real, estos programas «no son periodismo, no responden al interés general ni público (no confundir con el interés del público) que ha de cumplir toda información que desee denominarse periodismo, pero no por ello han de ofrecer testimonios falsos a la audiencia. Independientemente de a qué clase de información o comunicación estemos haciendo referencia, la veracidad del mensaje es algo primordial».
Al fin y al cabo, el destinatario es el lector/espectador, que, como sostiene Linde, puede ver perjudicado su derecho a una información veraz, lo que, a su juicio, lleva a una «infantilización creciente».