El tornado
El jueves pasado ya no será nunca uno de esos días que se van por el sumidero de la desmemoria. Para los gaditanos será El día del tornado, que, dicho así, suena a título de película, y que, en efecto, fue sin quererlo como una gran película coral que vivió e interpretó la ciudad entera, preparándose para la llegada del anunciado tornado que nunca existió.
Actualizado:La alarma se coló en el imaginario colectivo a partir de la irresponsable utilización de la palabra tornado por el dispositivo de protección civil y su eco en los medios. La desacostumbrada abundancia de lluvia y viento de los últimos meses lo hacía tan creíble que nadie pareció dudar de su inminencia, aunque un tornado sea, por su propia naturaleza, imprevisible. En la mañana de ayer, la luz parecía jugar al escondite, había momentos en que se apagaba como la del atardecer, con un cielo plomizo tan bajo que ocultaba por momentos los pináculos y torres de la ciudad. De repente se colaba al fondo de una calle una luz amarillenta que desaparecía con rapidez iluminando durante unos instantes las fachadas y azoteas como un foco. Las nubes espesas descargaban lluvia de forma intermitente mientras corrían por la Bahía tierra adentro empujadas por el viento. ¿Cómo no iba a haber gente que le pusiera lugar y fecha al tornado? Pronto tendrá nombre, música y letra... de carnaval, claro.
Lo cierto es que todo el mundo corrió a por los niños al colegio y se cerraron tiendas y edificios. Refugiados en las casas con las casapuertas y contraventanas cerradas o las persianas bajadas, la gente aguardó impaciente la llegada de un ciclón que los chavales esperaban con una expectación que acabó en decepción. Para muchos jóvenes era una novedad mayor aún que la nieve en Cádiz, aunque los tornados no sean inusuales por aquí.
Quizá lo sorprendente de la meteorología reciente sea su virulencia o extremismo, desde el reciente tifón de Málaga a las desconocidas olas de más de 20 metros en el Cantábrico, o los ciclos extremos de lluvias, sequías o calor que padecemos. En uno de esos ciclos de sequía, al recoger de la guardería a mi hija, comenzó a lloviznar. Cuando sintió las gotas de agua en su cabeza me miró riendo y levantando la vista hacia arriba, gritó ¿tonto! No conocía la lluvia y creía que alguien le arrojaba agua desde arriba. Alguna vez se lo he contado de mayor y se ríe como entonces.
Muchos creemos que los fuertes desajustes climáticos son consecuencia del calentamiento global. Los negacionistas del cambio climático han pasado de la antigua deificación de la naturaleza, en la que la lluvia era una manifestación o atributo divino (recordar la «contumaz sequía» y las procesiones), a la negación de la evidencia, insinuando que la comunidad científica que la defiende al unísono, es una conjura, no sé si judeo-masónica o de rojos infiltrados.
El hecho es que 2009 se perfila como el año de la respuesta global al cambio climático. La apuesta de Obama por una política verde abre grandes esperanzas para la renovación del Protocolo de Kioto en Copenhague, con una UE comprometida a reducir emisiones y aumentar las energías renovables en un 20% antes de 2020. Es el momento adecuado, cuando el modelo económico de capitalismo derrochador hace agua y hay que inventar un futuro distinto.