Arquitectura efímera
A veces el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sirve para algo más que para darle patadas. Es por ello por lo que conviene, de vez en cuando, consultar el significado de los términos que empleamos con total ligereza y alegría y aplicar lo que nos dicen los académicos como terapia y alivio de nuestra ignorancia. Según el diccionario de la RAE, arquitecto es aquel que practica la arquitectura, y arquitectura es el «Arte de proyectar y construir edificios», un arte, como la música, como la pintura, como la escultura y como todas aquellas que aparecen protegidas por las musas desde el Olimpo.
Actualizado:De cómo un arquitecto se rinde a su vocación de artista tenemos muchos ejemplos, algunos muy cercanos, pero de todos ellos hay uno cuya vocación de constructor -el sentido más literal de la palabra- le ha llevado «a ver la encuadernación de libros como una actividad que le abría una puerta desde la que contemplaba un panorama nuevo y lleno de posibilidades» y lejos de tener dudas, el madrileño Andrés Pérez-Sierra comprendió que la encuadernación no era más que el arte de crear edificios para los libros, para las palabras, el arte de hacer tangible la inspiración al tocar la piel, lo que Santiago Saavedra llama «la celebración de la mano».
Un medio donde revitalizar una actividad creadora que «además, dejaba los libros como nunca los habíamos soñado, ni los libros ni yo mismo» dice el autor de las más de noventa encuadernaciones artísticas que bajo el nombre de Encuadernaturas han estado expuestas esta semana en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Cádiz dentro del III Congreso Nacional de Bibliofilia, Encuadernación Artística, Restauración y Patrimonio Bibliográfico, un proyecto singular dirigido, sin embargo, a público muy plural que nuestro Ayuntamiento inició hace más de una década y que se ha convertido en todo un referente dentro del panorama intelectual y cultural del país.
Una cita obligada para encuadernadores que, al amparo del Certamen Nacional de Encuadernación Artística José Galván, vienen demostrando que hay un lugar para los sueños y que está precisamente donde la artesanía se hace arte.
Y como de arquitectura ha ido la semana, no hay más remedio que volver la vista a la Aduana, -ya casi sin Foro que la defienda- sobre la que seguimos conjurando toda clase de castraciones y de diferencias políticas, sobre la que seguimos centrando un debate que a todas luces transciende el hecho de su conservación o demolición y sobre la que seguimos colmando nuestras ínfulas del pequeño Le Corbusier que todos llevamos dentro.
No se habla ya de la remodelación urbanística de la plaza de Sevilla -que sería lo lógico y deseable a estas alturas, sino del indulto de un edificio que, como si fuera un ninot se juega sus cartas en los cajones de las mesas de los despachos. El único argumento posible para su demolición se cimenta en la concepción urbanística de la plaza ya que las cuestiones estéticas no tienen bastante peso, y a estas alturas aún no sabemos qué concepción urbanística se tiene de la plaza.
Por estética se podría derribar más de un 50% de Extramuros y algún que otro quiosco. Tampoco es la ubicación -ni siquiera porque reste visibilidad a otros edificios- un motivo de peso. Por esta razón se podría proponer que tiraran el balneario de La Palma que impide una visión clara y nítida del canal bahía-caleta, y algún que otro quiosco. Incluso se podría proponer la demolición de la Catedral que oculta una previsible y maravillosa vista del Campo del Sur, o cualquier otro edificio que nos propongamos, y algún que otro quiosco. Piensen, piensen, será por pensar
No es cuestión de conservar por conservar, aunque tampoco es cuestión de ir sacando la piqueta cada dos por tres para luego lamentarse. Si más de una propuesta urbanística de los años setenta hubiese prosperado -algo prosperó en el entorno de Canalejas- en esta ciudad, no tendríamos hoy el soberbio caserío isabelino del casco antiguo que tanto sigue impresionando al que viene de fuera y a más de uno de los que quedamos dentro. Los edificios no están para irlos tirando a la primera de cambio.
Antonio Bonet y Correa, director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, mostró en días pasado su satisfacción por el anuncio de la Junta de Andalucía de mantener el edificio tras considerar que el informe presentado por Oscar de la Rocha y Alberto Movellán estaba bien argumentado.
No se levantan los edificios para derribarlos, ni siquiera los que crecieron al calor de la propaganda política -que sería de Roma sin ellos- o religiosa. Ni siquiera los que se edificaron en el nombre de lo efímero -que sería de París sin la Torre Eiffel-, aunque estos últimos lleven implícitos la fecha de caducidad que establece la festividad o conmemoración para la que fueron creados.
Pero es lo que tienen las prisas, que se desperdicia la harina y se aprovecha el afrecho. Y de esto sabemos mucho en Cádiz, de aprovechados y de desperdicios. De mudanzas y de chapuces. No me hagan dar más datos, que ustedes los saben igual que yo. Si no, que se lo digan a Felipe Sanz -el consejero delegado de Zaragoza Urbana, la empresa promotora del esperado hotel de Valcárcel- que es el único que se ha atrevido a poner el dedo en la llaga: «Si se quieren hacer las cosas bien, el edificio no estará listo para el Bicentenario». Otra cuestión bien distinta es cómo se quieran hacer las cosas. Si merece la pena el esfuerzo, o si la celebración que se pretende merece el esfuerzo. Lo demás, como siempre, es arquitectura efímera.