ANABOLIZANTE

Pobre Benicio

De verdad, que es muy fácil criticar, yo lo sé, que se ven muy bien los toros desde la barrera, que habría que vernos a más de uno en esas circunstancias. Lo sé, y por lo mismo, no voy a entrar en detalles hablando de los muchos momentos infumables que se sucedieron durante la gala de los Goya, ni voy a despotricar sobre el guión (¿qué guión, madre mía!) ni sobre la dudosa calidad de los gags y los sketches que adornaron el evento. Tampoco hablaré de esa admirable y maravillosa actriz que es Carmen Machi, que no tuvo su mejor día, supongo que porque no había talento humano que levantase aquellos chistes y comentarios faltos de ingenio.

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Ahora, de lo que si voy rajar es de la impresionante exhibición de catetismo que dimos el otro día acosando de esa manera al pobre Benicio del Toro, verbal, y físicamente casi. Creo que no fui la única a la que se le cayó la cara de vergüenza en varias ocasiones, viendo el careto alucinado del portorriqueño, que parecía decir en todo momento: «¿qué carajo hago yo aquí?» La cámara se empeñaba en perseguir cada uno de sus movimientos. De hecho, se podría hacer un resumen de lo que supuso la gala con todas las imágenes del atribulado rostro de Benicio, que era el de un perfecto marciano: no daba crédito.

El colmo de los acosos, el cénit del palurdismo, llegó con ese suspuesto sketch en el que un grupo de turistas se colaba en el patio de butacas y se dirigía directamente al actor para acribillarlo a flashes. Creo que es la gilipollez más grande que he visto en televisión.

Me repuse parcialmente del bochorno con la alegría de comprobar que, al menos con los galardones, la Academia tuvo mejor gusto, premiando una película como Camino, ese medio thriller, medio drama, con toques de cine fantástico, de comedia romántica y de crítica social, todo ello mezclado de una manera impecable y efectiva.