Sintonía con reproches
Actualizado: GuardarLa reunión entre el presidente del Gobierno y los máximos responsables de los grandes bancos y cajas de ahorros españoles no pudo mantenerse ajena ayer al hecho de que la víspera Rodríguez Zapatero anunciara públicamente su propósito de exigir a las entidades financieras un mayor compromiso crediticio para atender las necesidades de empresas y familias. Las iniciativas públicas dirigidas a garantizar la solvencia de las entidades financieras españolas y a dotarlas de liquidez en el tránsito de la desaceleración a la recesión persiguen, como fin último, un flujo de dinero suficiente para evitar el colapso de la economía. Bancos y cajas insisten en que su actividad crediticia viene creciendo a niveles superiores a los del PIB nominal, mientras que son continuas las demandas públicas de organizaciones empresariales, sindicales y de ciudadanos ante la restricción que dicen encontrar en las entidades financieras. Es de suponer que entre el Ejecutivo y la banca existe esa obligada sintonía que la Moncloa quiso dejar patente al término de la reunión. Pero si la coincidencia operativa no va más allá de la flexibilización y ampliación de la línea abierta por el ICO y su promoción por parte de las entidades financieras, los resultados de la cita no resultan suficientes para proyectar hacia la sociedad y hacia las empresas la confianza que la opinión pública requiere.
Las manifestaciones del presidente de la AEB señalando horas antes de celebrarse la reunión que a diferencia de EE.UU., donde la crisis del sistema financiero arrastra a la economía real, en España ha sido la deriva de la economía real la que ha puesto en riesgo al sistema bancario, requerirían cuando menos una importante matización. Porque ha sido una parte de esa economía, la relacionada con la promoción y construcción de viviendas y con su adquisición por particulares, la que ha afectado al conjunto del sistema; pero sin que las entidades bancarias y de ahorros puedan sacudirse la parte de responsabilidad que les corresponde en la alegría desatada durante los años de crecimiento.
El debate sobre las causas y los efectos de la crisis o sobre las responsabilidades directas y las concurrentes tiene que encontrar con urgencia un ámbito de desarrollo positivo en cuanto riguroso. Pero el riesgo de que ese debate desemboque en un cruce de acusaciones más o menos veladas, de imputaciones y reproches, puede ser más acusado a medida que los efectos de la crisis se recrudezcan y se haga patente una cierta impotencia institucional. Independientemente de la valoración más íntima que sus protagonistas hagan del encuentro de la Moncloa, la imagen proyectada ayer no resultó satisfactoria para una ciudadana que vive en una creciente incertidumbre, sobresaltada en sus sectores más vulnerables por una serie incesante de malas noticias.