TEMPORAL. Las acusaciones se suceden cuando se produce un caos como éste. / LA VOZ
Sociedad

Científicos en el ojo del huracán

Los políticos culpan a los meteorólogos de dar previsiones cortas cuando un temporal sacude al país

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«Si la borrasca cambió de una forma impredecible no lo pueden predecir. Pero si no lo predicen los que lo tienen que predecir, ¿cómo piensan ustedes que lo vamos a predecir aquellos que estamos esperando la predicción?». El ya mítico trabalenguas de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, encierra una gran verdad después de ser estudiado minuciosamente: la meteorología es una ciencia inexacta. Si bien los expertos que se ganan la vida con ello no están dispuestos a pagar los platos rotos por la reciente «ciclogénesis explosiva». Rubalcaba ya les lanzó un dardo envenenado tras la nevada que colapsó Madrid el pasado 9 de enero, y con el temporal de viento que sacudió más tarde la Península Ibérica volvió a acusarles de que sus advertencias «se habían quedado cortas».

Ángel Rivera, que fue jefe de Predicción de la Agencia Estatal de Meteorología (antes Instituto Nacional de Meteorología) y actualmente oficia como portavoz, declaraba hace unos días que «estamos dispuestos a que nos hagan una auditoría, porque hemos actuado bien». Lo cierto es que no da abasto. El tiempo siempre es noticia y tema recurrente de conversación en ascensores, aunque sea una perogrullada que en verano haga calor y en invierno frío, pero no los meteorólogos, encerrados con sus ordenadores e instrumentos de medición y entretenidos con complicadas ecuaciones matemáticas. En alguna Semana Santa o puente festivo han saltado al candelero, señalados por un indignado sector hotelero que se siente perjudicado por sus augurios; sin embargo, la reacción del ministro del Interior les ha sorprendido. «Semanas de pasión», bromea Rivera, que ha sido testigo de la evolución de esta ciencia desde los tiempos del modelo sinóptico, que se utilizaba cuando Mariano Medina era el referente mediático, hasta la irrupción de los modelos numéricos.

«Antes, el meteorólogo estudiaba las observaciones y establecía los modelos conceptuales de frentes, de borrascas... y elaboraba una sinopsis. A partir de ésta aplicaba sus reglas y hacía un mapa para las siguientes veinticuatro o treinta y seis horas», explica Rivera. Ahora se trata de realizar simulaciones matemáticas de la naturaleza. Lo primero que se hace es recabar información en todo el mundo, incluyendo aquella que se recoge desde los aviones comerciales. Un satélite no envía fotografías, sino datos. Es preciso asimilar bien ese caudal, porque si un modelo matemático parte de un análisis deficiente, mal asunto. Después de la recogida, el ordenador o bien el experto -hay 120 predictores en toda España, repartidos entre el Centro Nacional con sede en Madrid y 11 grupos de predicción y vigilancia en el resto del territorio- realizan una serie de estructuras.

Esta responsabilidad recae cada vez más en las computadoras. En el posterior proceso analítico se describe la estructura de la atmósfera a una hora concreta. Por último, se elaboran las predicciones y se distribuyen a los diferentes sistemas de comunicación.

Las televisiones -fuente más utilizada por el público- y demás medios reciben los pronósticos de forma continua, aunque cada cual tiene libertad de cátedra. El cómo llega finalmente la información al usuario es algo que obsesiona a Ángel Rivera. «En la época de Mariano Medina las predicciones serían mejores o peores, pero no había muchas dudas; ahora nos están contando una docena de versiones distintas, y hay quien se acoge a la versión menos mala para coger el vehículo y salir de viaje. Salvo TVE, que dedica seis o siete minutos a esta información, el resto de los canales sintetiza demasiado. Un resumen apresurado para toda España es mejor que nada, pero la gente quiere saber qué va a pasar en su pueblo.

Sin mapa de riesgos

Otro aspecto en el que se debe profundizar es por qué se sale a la calle o a la carretera desoyendo las recomendaciones. Habría que involucrar a los sociólogos en esto. ¿Qué entienden los ciudadanos?, ¿cómo reaccionan ante los avisos? Antes se quedaban en casa; ahora confían en su suerte, en la calidad de sus vehículos o, directamente, desconfían de la información que les proporcionamos. No hay educación sobre la vulnerabilidad ante los fenómenos meteorológicos. Los programas divulgativos han desaparecido de la parrilla, precisamente ahora que contamos con más herramientas para hacerlos rigurosos y atractivos.

En cuanto a la predicción de la prevención, los datos son alarmantes: tres de cada cuatro municipios españoles no disponen de mapas de riesgo climático. El Gobierno ha confiado hasta ahora en su capacidad de respuesta, algo que a los expertos se les antoja insuficiente. Poco se ha aprendido de sucesos como el de Biescas, en 1996 (87 muertos), y Badajoz, un año después (25 muertos). Precisamente a Francisco Valero le tocó ser testigo directo de una de estas catástrofes. Fue en septiembre de 1989: una riada provocó la muerte de dos turistas en el Bolnuevo, en Mazarrón (Murcia), situado en una rambla. Valero se lamenta de lo mucho que falta por hacer en este país para enfrentarse con garantías al látigo del clima. «Los observatorios están a mucha distancia unos de otros, y los episodios climáticos se nos escapan como en una malla poco tupida de un colador», destaca. Recordar y desconfiar es imprescindible.