Editorial

Triunfo excepcional

La grandeza de los triunfos deportivos depende del talento y del carácter del ganador, pero también de los atributos del rival al que se impone. La victoria ayer de Rafael Nadal en el Open de Australia abrillanta su excepcional carrera en las pistas al convertirle en el primer tenista español que consigue hacerse con el primer gran torneo de la temporada, un hito más en la trayectoria de quien ha atesorado en menos de un año Roland Garros, Wimbledon, el oro olímpico y el número uno del circuito. Pero la incuestionable valía deportiva de Nadal seguramente luciría menos si el destino no le hubiera deparado sus memorables duelos con Roger Federer, el último de los cuales se libró ayer en Melbourne. Las lágrimas de frustración del jugador suizo al finalizar el partido reflejan la inigualable calidad y dureza del enfrentamiento que ambos vienen protagonizando y al que cabe agradecer que haya recuperado el fervor del público por el circuito masculino, añorante durante mucho tiempo de un pulso como éste. Por ello, el llanto de Federer, la dolorosa asunción de su declive, constituye un mal síntoma para todos los aficionados al tenis que temerán perder al mejor oponente para la extraordinaria destreza de Nadal.

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Los éxitos de este último siguen engrosando el feliz balance que está ofreciendo el deporte español de alta competición. Pero si resulta innegable que la conversión de las actividades deportivas en un gran espectáculo de masas y la identificación colectiva que suscitan los buenos resultados pueden estimular su práctica como fórmula de ocio, superación personal y vida más saludable, es tan injusto como parcial interpretar como un logro del sistema el valor de los talentos individuales. El esfuerzo institucional que ha favorecido la extensión de las instalaciones en las que practicar deporte, su promoción en la escuela y la mayor concienciación social sobre sus ventajas han propiciado el progresivo despegue en este terreno, acorde al de una sociedad con un notable nivel de desarrollo y bienestar. Pero ese progreso no sólo invita a corregir las insuficiencias, sino que ha de llevar a reconocer que quienes están llegando a lo más alto lo han hecho en muchas ocasiones gracias a su entrega personal y ante circunstancias no siempre propicias.