AMIGOS. Rafa Nadal, con el trofeo de campeón del Open de Australia, abraza a un Roger Federer entristecido por la derrota sufrida en Melbourne. / EFE
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Federer llora ante el trono de Nadal

El tenista balear quiebra al suizo también en superficie dura y se convierte en el primer español en ganar en Australia después de protagonizar una épica final de más de 4 horas

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Lágrimas de pesar, de impotencia, de emoción, lágrimas en todo caso. Todos lloraban en el triunfo de Nadal sobre Federer en una nueva final épica protagonizada entre los dos mejores jugadores de la tierra. Lloraba Federer al final y contagiaba a Toni Nadal mientras que Rafa, el héroe, contenía también las lágrimas al ver lo mal que lo estaba pasando su amigo. Las malas lenguas decían que, como el suizo no podía amargarle la fiesta en la pista, intentaba al menos amargarle la celebración. Mentira. Era un llanto del corazón y del alma, del que presiente, sin ningún género de duda, que se acaba su reinado y que no volverá. El caso es que lo que prometía ser una gran fiesta acabó siendo un drama.

Puede que Roger, el grande, viese con claridad meridiana que se le escapaba la posibilidad de alcanzar a Sampras. O puede que fuesen lágrimas de impotencia. «No puedo, esto me está matando». Y es así, ya sea en tierra, hierba o superficie dura, el gran monarca ha ido viendo, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, cómo iban cayendo todos sus dominios, todas sus tierras, dejando su reino en nada, sólo en el recuerdo.

Rafa lo volvió a hacer a lo grande. Superando a su rival y, esta vez, a sí mismo, a los calambres, a los músculos doloridos después de un partido maratoniano ante otro rival temible. Pero él es así. No siente el dolor, no siente el cansancio y se levanta siempre, siempre. Ayer, como anteayer, como el día anterior y como mañana, alcanzó bolas imposibles, impensables sólo de tocar, para luego colocarlas en los ángulos. Y todo ante un gran rival, la mejor versión de Federer que esta vez no tenía ni mononucleosis ni bajones físicos o de juego. Se vio el tenis más esplendoroso del suizo, pero eso sólo le sirvió para nivelar el juego de su rival, que fue siempre brioso, respondió a todo con todo y pocas veces olvidó su táctica de cada día: bola alta al revés de Federer.

Fue otro encuentro de colosos. Si algo bueno tuvo Rafa fue la lectura del partido en general y del servicio de Roger en concreto.

Eso le permitió romperle en numerosas ocasiones y así preservar su servicio, que no fue tan bueno como en otros partidos, sobre todo porque enfrente también estaba un restador de primera. El duelo fue igualadísimo. Por momentos, el español acusó el cansancio, no de forma rotunda, pero sí en pequeñas pinceladas, en respiros o en bolas a las que no llegó con la frescura necesaria. Con cualquier otro jugador no se habría notado, pero Federer aprovechó el menor resquicio para meter su derecha terrorífica y ese revés cruzado que coloca con demoledora precisión.

Pico y pala

Eso le sirvió para anular los sets de ventaja que iba adquiriendo Rafa, también logrados por el español con mucho esfuerzo, trabajando cada punto a pico y pala, bajando a la mina, allí donde al suizo, elegante, correcto e impoluto, le da grima bajar. A Roger no se le puede pedir que pase bolas treinta veces en cada punto porque él no está para groserías de ese tipo. Y aun así, ayer lo hizo más que en cualquier otra ocasión. Le valió para conseguir algunos puntos dado que el físico de Rafa no era el más idóneo pero, a la larga, acabó perdiendo la partida. El cuarto set fue de toma de aire para Nadal. Y se vio venir que era una bombona de oxígeno para lanzar el asalto definitivo, que llegó en la manga decisiva. Ahí se lanzó a la yugular del suizo como tantas otras veces, sin piedad, apretando los dientes y haciendo sangre. Con todos los músculos en tensión, con la máquina de su tenis a las máximas revoluciones, Nadal tumbó a Roger.