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EL MUÑIDOR

Actos y actitudes

Qué curioso resulta cómo han cambiado en el siglo XX y comienzos del XXI las actividades propias de una hermandad y/o cofradía a lo largo del año.

ENRIQUE SOLER GIL |Sacerdote, Licenciado en Historia
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Muchos de esos cambios son lógicos. Hay que adaptarse a los tiempos, y nuestras hermandades están formados por hombres y mujeres de hoy que pretenden vivir la actualidad de su mundo. Hasta aquí nada que objetar. Pero (lógicamente debía haber un "pero" si no, no habría artículo) me llama poderosamente la atención algunos de esos cambios.

Podríamos hablar que se ha pasado de los "actos de culto" al "culto de actos", y me explico: Las cofradías siempre han contado entre sus fines primordiales con el culto, bien público o privado, entre los que se encontraban las manifestaciones populares de piedad. Pero hay que decir que en los últimos años, esa finalidad primordial se ha quedado como evaporada en medio de una maraña de actos, actitos, actetes e incluso actillos que parecen querer justificar una "vida de hermandad" más llena de actos que de actitudes.

Soy hermano de varias hermandades. Puntualmente recibo la programación periódica de actos. Las Juntas de gobiernos se desviven por realizar una serie de actividades para lograr atrapar la atención de los hermanos. No hay que reprocharles nada. Se hace con la mejor de las intenciones. Te informan puntualmente de toda la vida de hermandad, por correo tradicional, electrónico e incluso sms.

También recibo como sacerdote invitaciones para participar en actos que con la mejor intención formativa tanto cultual como cultural. Todo está muy bien. Ni siquiera hay que justificar nada. Pero los actos, pienso, tal y como están concebidos hoy, muchas veces resultan deslavazados, faltos de organización ausente de toda relación lo que a mi modesta opinión genera una pérdida de recursos y un derroche de capital humano que nos hace arrastrar esa sensación de cansancio y hastío tan común en nuestras hermandades.

Quiero decir con todo esto, que los actos no deberían ser unas operaciones aisladas no solo a nivel del conjunto de las hermandades, a veces incluso dentro de la vida de una sola hermandad. Por tanto, hay que programar. Y programar con cabeza, con sentido, con conocimiento de causa. No se trata de poner parches, del estilo de: "como hay poco culto, organizamos una campeonato de esto o de lo otro".

Y si de lo que se trata es de fomentar la convivencia, la fraternidad, laudable actividad en aras de una actitud, no se trata de asumir que el fin justifica los medios y pensar que todo vale en una cofradía, ciertas actividades serán más propias que otras.

No se trata por tanto de desechar actividades, sino de establecer una escala de valores en la que la Misa de hermandad o el quinario no quede por debajo de otras actividades en la importancia organizativa . No hay que dejarse llevar por modas, que buscan publicidad en los medios, simplemente porque un quinario ocupa menos atención que un ciclo de conferencias con ponentes de relumbrón en una pantalla, sea ésta de ordenador o de televisión.

Si logramos esto, si coordinamos esfuerzos, quizás dejemos de escuchar frases tan repetidas como "esta noche hay un acto en la hermandad pero prefiero ir a tomarme una cerveza".