Sardineras
Sor Ana se encargaba de formar nuestras aptitudes como futuras señoras en sociedad; protocolo, buenas maneras..., educación social. Por entonces, para las niñas, no cabía una educación para la ciudadanía, tan sólo una educación para el señorío. La buena mujer se despellejaba el alma limando nuestras asperezas. Niñas, aseguraba moviendo la toca, si perdéis las formas, perderéis el fondo; si soltáis la melena, se os verán las orejas. Sacad el cisne que lleváis dentro, y si no lo encontráis, no imitéis al pavo real, que para lucir plumas deja el culo al aire. Y, norma esencial, jamás mostréis lo que nunca seréis, terminarán por descubrir la impostura.
Actualizado:Alguna vez, levantaba los ojos al cielo y murmuraba: «De dónde no hay...». La monja, por experiencia, sabía que algunas personas nacen con clase innata y otras con vocación de vendedora de sardinas. Dicho esto con todo el respeto a las dignísimas vendedoras.
Le sobraba razón. Con los años, los vaticinios de sor Ana se cumplieron y pudimos observar cómo las vocacionales compañeras de mi quinta perdían los estribos, las buenas maneras, la falsa pose y todo lo demás cuando veían peligrar, o lo creían, los privilegios sociales, parejiles o personales que, según ellas, se merecían por derecho de cuna y mucha voluntad y empeño.
En la vida política, sor Ana añadiría a sus quejas el mal gusto explícito de algunas 'vocacionales del sardineo'. Doña Espe sirve como ejemplo sin par de esta ausencia de clase, en lo personal y en lo público. Que sospecha una amenaza en la sombra: contrata a una pandilla de espías; que no le gusta el jefe: los boicotea con chascarrillos y chotis populista... Vamos, que se le ve la cola de sardina al primer movimiento del traje sastre. Cada vez que luce sus plumas de guerra deja al descubierto las miserias de sus fondillos. Como el pavo real de sor Ana.
Ni siquiera aspiramos a que nuestros políticos sean filósofos, cultos y honestos a prueba de soborno; ya nos conformaríamos con que fueran menos cutres y escondieran un poco esa singular falta de estilo y estética. Practiquen, un poco cada día; cierto, la ética tal vez no la adquieran, pero ganarían en estética y resultarían más soportables a nuestra vista y nuestra pituitaria. Piense en ello, doña Espe, ¿ganaría, al menos en estética!