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Paseo

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l fútbol, tal como se practica hoy, es un deporte, un juego y una diversión que, unas veces, se convierte en una fiesta y, otras, en un suplicio. Para algunos es una profesión y para otros, un negocio rentable o ruinoso. Pero, en ningún caso podemos afirmar que sea un apacible y grato paseo. Por muy amplia que sea la diferencia de calidad de los equipos contendientes, y por muchos triunfos que se obtengan, alcanzar la cumbre del campeonato exige, inevitablemente, un esfuerzo continuado, un trabajo permanente, una actitud de humildad sincera y una firme voluntad de afrontar con serenidad las imprevisibles repetidos dificultades. Constituye un error básico, a mi juicio, el convencimiento prematuro de que, con los fichajes realizados, la travesía por este complicado océano de la Segunda División B sería cómoda y placentera. El partido frente a un Portuense, tan mermado económica, física y anímicamente, nos proporciona argumentos sobrados para llegar a la conclusión de que ganar partidos es una empresa ardua y nos proporciona pruebas contundentes para afirmar que cualquier equipo que se lo proponga puede lograr, al menos, que el partido sea gris, trabado, espeso y aburrido. En esta ocasión podemos alegrarnos, al menos, de que el Cádiz, a pesar de no haber jugado bien, ganó, como en ocasiones anteriores, los tres puntos. Hemos de tener en cuenta que el triunfo en los maratones depende, en gran medida, de la paciencia, esa virtud que, como es sabido, consiste en perseverar en la esperanza. A mi juicio, uno de los peligros más graves que en la presente temporada acechan al Cádiz -a los jugadores, a los periodistas y a la afición- es la ansiedad, la preocupación excesiva por alcanzar unas metas prefijadas sin recorrer palmo a palmo el empinado camino que lo conduce a la meta y el ansia incontrolada de recoger los frutos sin respetar los tiempos de maduración.