TRIBUNA LIBRE

Nuevos tiempos viejas ideas

La historia nunca es lineal y su camino en el transcurrir de los tiempos no está trazado. Son los hombres los que la escriben con su voluntad, su decisión, su impulso, sus aciertos y sus errores. En estos días de zozobra económica el imperio cambia de líder y todos estamos, en mayor o menor medida, ilusionados con que a nosotros también nos afecte. Aunque todos se sumen a la marea Obama, no todos lo han hecho al mismo tiempo, ni con el mismo entusiasmo. Unos llevan su discurso en la memoria y en los genes de su ideología y de su práctica política, mientras que otros siguen los dictados de la moda. También los hay que flotan en la marea de las ilusiones colectivas intentando sobrevivir políticamente, o al menos pasar desapercibidos, para no sufrir el desgaste de remar contra corriente. Los actuales dirigentes del PP, desde su interinidad manifiesta, pertenecen a este último grupo. Pretenden construir un discurso de cambio, confiando en una imposible amnesia colectiva que haya amortizado la foto de las Azores, la guerra de Irak, Guantánamo y la más nefasta gestión económica de la historia. Es difícil marcar distancias con el pasado cuando la oposición interna, los fieles guardianes de las esencias, que esperan las previsibles derrotas electorales para ajustar cuentas, siguen defendiendo un digno juicio de la historia para su admirado George W. Bush.

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Zapatero ha tenido que soportar la descalificación, la mofa y hasta el escarnio por su oposición al unilateralismo y su defensa de la alianza de civilizaciones. Hoy es un capital político no haber sido recibido por Bush en la Casa Blanca, en represalia por haber retirado las tropas de Irak, y haber apostado por el diálogo multilateral. La crisis económica es el peor legado de la presidencia de Bush. Una realidad dolorosa, especialmente para quienes pierden el empleo, que exige el compromiso de todos para superarla. Pero los dirigentes del PP se niegan a colaborar, convencidos de que puede ayudarles a conseguir votos. La vieja estrategia de que cuanto peor le vaya a España, mejor le irá a ellos. Acusan a los gobiernos socialistas de engañar a los ciudadanos por no haber dado importancia a la crisis, pero ellos insisten aún en estos días en minusvalorarla negando su dimensión internacional, con el objetivo de responsabilizar a Zapatero de provocarla. Pero la realidad es terca y todo el mundo sabe y admite que el origen de la crisis ha estado en los excesos cometidos por los profetas del mercado. Ante la tozudez de los acontecimientos, es necesario reclamar la legitimidad de quienes han defendido la prevalencia de lo público, el papel del estado y la necesidad de mecanismos de control del mercado que verifiquen el cumplimiento de las normas y garanticen el interés general. Una alternativa de gobierno no se construye con tan poco esfuerzo. Exige legitimidad, coherencia, liderazgo, credibilidad, compromiso y proyecto de futuro. La derecha española necesita una transición desde un pasado vergonzante, que aún no se ha asumido con todas sus consecuencias, a un proyecto de futuro en el que despejen todas las incertidumbres. Para destruir los fantasmas hay que asumirlos, sacarlos al sol. Rajoy y su equipo sufren la sombra de Aznar y sus devotos políticos, siempre dispuestos a corregirle la plana. Arenas fracasa una y otra vez en conjurar a las voces que vomitan recurrentemente impertinencias y menosprecios a Andalucía y los andaluces.

Estos días los medios de comunicación sacan a pasear a los fantasmas familiares de Esperanza Aguirre, pero disfrazados de espías en una versión cutre de 007 con licencia para liquidar a los contrincantes políticos internos, en esa batalla por suceder a Aznar sin necesidad de pedir disculpas por los errores del pasado. La señora Martínez también tiene su propio catálogo de fantasmas, que oculta con nocturnidad y alevosía, con el vano intento de que no le estropeen una imagen de luchadora, lograda a golpe de talonario público para pagar anuncios radiofónicos, grandes vallas publicitarias y hasta una televisión particular. ¿Quién da más por menos?