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Arreglo obligado

La primera reunión celebrada por el ministro Fernández Bermejo con los portavoces de las asociaciones judiciales no ha redundado en la suspensión ni de los actos de movilización previstos para el próximo 18 de febrero -fecha en la que parte de la carrera quiere ir a la huelga-, ni de la convocatoria de paro para el 26 de junio incluida por los colectivos profesionales en su tabla reivindicativa y asumida por un amplio sector de la Magistratura. El hecho de que el resultado de la cita tienda a medirse por la decisión de los jueces de proseguir con el calendario de sus controvertidas protestas refleja hasta qué punto la amenaza de paralizar la actividad en juzgados y tribunales, una iniciativa inédita en democracia, ha condicionado de partida las negociaciones, desplazando del centro de atención los problemas esenciales a los que deberían dar respuesta las mismas. En este contexto, la posición de las asociaciones está atrapada en la paradoja que supone intentar frenar la huelga propuesta para dentro de tres semanas advirtiendo al Gobierno de que la promoverán en junio si no hay acuerdo, lo que supone tanto como admitir que no es su pretensión adoptar una medida tan extrema pero descargando en sus interlocutores la culpabilidad de que pueda acabar produciéndose. Si las agrupaciones y los jueces que avalan su plataforma no quieren ir a la huelga, deberían buscar una vía para, sin renunciar a sus legítimas reivindicaciones, encauzar un instrumento de presión del todo inadecuado.

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Pero la imposibilidad de las asociaciones de sustraerse de su responsabilidad no exime al Gobierno de la que le corresponde en la inaplazable modernización de la Administración judicial y en el hallazgo de fórmulas consensuadas que permitan solventar discrepancias como la que ha surgido en torno a la reforma legislativa que incluye entre las funciones de los secretarios judiciales el señalamiento de los juicios, a lo que los miembros de la Magistratura se niegan con razones fundadas. El Ejecutivo se equivocará si trata de presentar el incremento presupuestario de 20 millones de euros ofrecido ayer como una compensación para calmar los ánimos de la carrera, en vez de cómo una medida imprescindible para renovar y mejorar la actividad del tercer poder del Estado; y, por lo tanto, necesaria para el conjunto de la sociedad. El malestar que está añadiendo este conflicto a una Administración desacreditada insta a procurar un arreglo pronto y razonable.