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Túneles de contrabando

Diez mil obreros se afanan sin disimulo en rehabilitar las 1.500 grutas que abastecen a la Franja

LAURA L. CARO
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De lejos pareciera que los palestinos han descubierto otro Valle de los Reyes o que se afanan en descubrir la Ciudad Perdida. Decenas de obreros sacan cubos de arena sin descanso de agujeros abiertos por todas partes, caballos tiran de poleas elevando hasta la superficie escombro y grava, carpas acotan los campos de trabajo aquí y allá, como si fuera una descomunal excavación arqueológica.

Pero lo que los palestinos desentierran es un tesoro mayor que tumbas imperiales o palacios: es su único vínculo comercial con el mundo. Su principal motor económico y fuente de trabajo, en el que se emplean más de 10.000 personas. El cordón umbilical, dividido en 1.500 conductos, por los que la Franja se nutre de pañales, de generadores, de gasolina, de animales vivos, de tabaco, de repuestos, de explosivos o de armas. Todo aquello que se pueda imaginar y que Israel no permite importar por los cruces convencionales. Son los túneles de Rafah, las grutas del contrabando con Egipto cegadas a bombazos por Israel, que una semana después del alto el fuego urge poner en marcha cuanto antes. Sus propietarios están perdiendo dinero y es temporada alta: Gaza está desprovista de todo, y sus habitantes dispuestos a pagar lo que tienen por las mercancías que echan de menos.

Ya no hay nada que disimular. Los túneles, antes clandestinos, se rehabilitan a cielo abierto aprovechando la tregua. «No nos van a parar, si Israel abriera las fronteras no necesitaríamos los túneles, pero mientras tanto tenemos que comer y seguir, aunque tengamos que jugarnos la vida para conseguir un poco de fruta para nuestros hijos», afirma Mohammed Heshta, que supervisa los trabajos de reconstrucción de uno de los pasadizos cavado en el límite de Gaza con Egipto.