«El olvido y la memoria pueden ser terapia por igual»
El que fue ministro socialista de Cultura en la década de los 80 reclama un equilibrio en el reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil
Actualizado:En España será siempre Federico Sánchez, el antifranquista clandestino, y el ministro de Cultura socialista de finales de los años 80. En Francia, su país de adopción, en cuya lengua escribe la mayor parte de su obra, es un intelectual de primera, miembro de la Academia Goncourt. Ya no aspira a que se cambien las tornas, a dejar de ser otro en cuanto cruza la frontera, a dejar de vivir sus «dos vidas», como él las llama. Jorge Semprún (Madrid, 1923) es, aquí o allí, un maestro de la memoria. Su experiencia se cuela en cada una de sus novelas al tiempo que cultiva los recuerdos, porque siempre se puede descubrir algo nuevo, en varios libros autobiográficos.
-(Risas) No sé si un rato pero que tengo obligación de hacer memoria lo tengo claro. He tenido una vida tan larga y con tanto tiempo de clandestinidad, tan complicada, que la única forma de aferrarse a la propia identidad y de saber quién es uno es recordarlo todo y tener una memoria político-histórica más aguda de, quizá, lo necesario.
-Su experiencia está presente en toda su obra.
-Ese es uno de mis problemas literarios: no consigo desprenderme del todo de mi propia vida. Yo sé que un novelista de verdad, un buen novelista, es capaz de inventar un mundo paralelo que parece real, aunque las vivencias propias siempre están ahí de una u otra manera. Yo sin embargo tengo un problema claro: mi vida ha sido bastante novelesca y tengo 85 años ya, que son muchos años, así que a menudo me ocurre que en el curso de una 'novela novela', aunque haya inventado todo, de repente un recuerdo personal muy fuerte entra y se mezcla con lo demás. Es un rasgo de mi literatura y no es que me moleste, pero ya me gustaría escribir alguna vez una novela sin nada autobiográfico. Ya me gustaría a mí poder decir, como decía el genial escritor y músico Boris Vian, en este libro todo es verdad porque lo he inventado todo.
-Caballero Bonald dice que la memoria es la madre de todas las musas.
-Y tiene toda la razón. Pero se puede hacer de formas más o menos directas. La memoria ha de ser una musa discreta, una madre sentada en un rincón del salón familiar, y en mi caso es una musa muy activa. Interviene mucho.
-¿Qué diferencia encuentra, entonces, entre escribir memorias y novelas?
-Para mí la única es que es diferente plantearse relatar algún episodio de la vida real o darle a algún personaje de novela los rasgos de una época de tu vida o de cosas que has visto y vivido. Ahora estoy escribiendo una novela con propósito de novela. El lector se dará cuenta rápidamente de que ahí habrá cosas mías. Pero es novela. Y tengo otro proyecto que es volver sobre mi vida no de forma autobiográfica. Todo se mezclará, lo sé.
-¿Por qué seguir contando episodios tan dolorosos?
-Si sigo contando es porque la memoria política de la época de la clandestinidad tiene mucha importancia para mí. En algunos libros se dicen tantas tonterías que necesito volver y enfrentar esas desmemorias, puntualizar: no fue así, sino asá; Federico Sánchez no hizo aquello, sino esto. Es una necesidad.
-En España la palabra memoria es casi un sinónimo de debate.
-Porque España ha tenido una trayectoria diferente de la de Francia y otros países europeos después del fascismo: en España la memoria ha sido voluntariamente postergada, apartada por el pueblo en aras de una Transición pacífica. Pero ahora la democracia está suficientemente consolidada como para que nos permitamos el lujo de reivindicarla. Claro que no puede no despertar cosas del pasado que tienen que ver con la Guerra Civil, pero no podemos dejarla pasar, aunque sea de forma sectaria a veces. Qué pasó y por qué y dónde están los cuerpos y darles entierro decente. Ese problema en Francia no ocurre. En España esa memoria se necesita y no tiene voluntad de rencor.
-Le salen muchos detractores.
-Lo que pasa es que todavía está dominada por los ganadores de la Guerra Civil. A nadie le llama la atención que se beatifique en actos multitudinarios a no sé cuántas víctimas reales, que fueron de verdad, asesinadas por el bando republicano y en cambio les parece horroroso que se sitúe tal matanza o se encuentre una fosa común. Como si la memoria fuese unilateral, como si sólo las víctimas de un bando tuvieran derecho. Es necesario el equilibrio de memoria histórica.
-Y a los que dicen que ya se ha hablado mucho
-Nunca se contará todo, en primer lugar; y después, siempre se puede contar de forma diferente. Sin que nadie lo imponga. Faltan enfoques, temas... La memoria es un tema literario, no político ni ideológico: en la literatura ha existido siempre el género que aborda los sufrimientos y las vivencias, las desesperanzas y las esperanzas.
-Tenemos el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial.
-Cada año se publican todo tipo de cosas y aparecen temas, enfoques y archivos nuevos. Esta guerra en lugares de Centroeuropa y en el Este de Europa está todavía por estudiar. No ya como novela, sino como ensayo. Hay para rato.
Sobre uno mismo
-Volviendo a la autobiografía, ¿cuesta mucho escribir sobre uno mismo? Es el género más desvergonzado.
-Siempre se puede evitar la confesión indiscreta. En realidad, yo nunca hablo en mis memorias de mi vida privada. Eso no tiene interés. Interesa lo que hizo Federico Sánchez, el personaje político, clandestino, metido en la faena imposible de lograr acabar con la dictadura de Franco. Para nada se cuentan amoríos y líos. Malraux dijo una vez que esos son los miserables pequeños secretos de la vida que no hay que contar.
-Al volver sobre lo pasado, descubrirá lo que no vio antes.
-Al volver al pasado se descubren siempre cosas. Lo que no escribiste o no dijiste a veces por autocensura, a veces por olvido, pero el recuerdo vuelve cuando te pones al papel. Escribir del pasado es siempre una aventura hacia el porvenir, porque redescubres y proyectas y lo conviertes en otra cosa. Escribir es una forma de autoanálisis con la que vas destruyendo las propias mentiras que puedan existir todavía.
-Y es ponerse en el punto de mira del juicio.
-Sobre todo de quien conoce la trayectoria de uno. Ellos se mueven más por sentimientos y emociones que por el análisis de los hechos.
Buena terapia
-Volver mucho sobre los recuerdos, ¿es terapia?
-Volver o no volver. ¿Cuál es la terapia?
-Buena pregunta.
-A veces es mejor no moverlo. Yo tardé muchos años en escribir sobre el campo de Buchenwald. 18 años. Prefería no escribir, pensaba que no conseguiría hacerlo de forma serena, veraz, era muy patético. Entonces la terapia era olvidar. Ahora es lo contrario. Ahora ya no hay angustia ni pesadillas del campo. El olvido y la memoria pueden ser terapia por igual.
-Mucha gente escribió nada más salir de los campos de la muerte.
-Mi experiencia es la contraria: escribirlo era quedar sometido a la muerte y olvidar era la vida.
-Me encantó Moriré con su nombre, vivirá con el mío. No sé qué le parece aplicar ese verbo a algo tan horrible.
-Parece que no pega, pero es así. La experiencia de lectura puede ser encantadora, a pesar de que hable de cosas horribles.
-Si lo hubiera escrito antes
-Habría sido muy diferente. Y dentro de algunos años, que ya no será posible porque tengo 85, otra diferente. La memoria pone en primer plano cosas diferentes según pasa el tiempo. Cambia como cambia en una película el punto de vista. Cambia la actitud del personaje, el paisaje. Se puede volver infinitamente sobre el mismo momento.
-Ese sería un gran experimento literario.
-Yo he vuelto sobre episodios idénticos en varios libros. Hay una señora americana que ha hecho un estudio sobre esto. Lo que no sabe la pobre es que seguiré con ello y que habrá más objetos de estudio. Lo que me interesa de aquel episodio concreto es diferente aunque la verdad sea la misma.
-¿Qué tienen las memorias que tanto gustan a los lectores?
-Encuentran a través del autor la posibilidad de recuperar su propia existencia. El pasado de los autores es el mismo que el de los lectores. Ayudan al lector a recuperar su propia identidad. Eso hace que tengamos ese interés egoísta en leer lo que han vivido otros.
-Por poner un pero, algunos lectores que no conozcan su trayectoria se quedarán a medias con algunas novelas de tintes autobiográficos.
-Eso es un peligro, claro. Hay que medir cuando se escribe hasta qué punto puede uno adentrarse en su propia memoria.
-Sólo su última novela está escrita en original en español.
-La mayor parte de mi obra está escrita en francés. Soy totalmente esquizofrénico, bilingüe. Me es tan fácil escribir en francés, o difícil, según los días, como en español. Y es un problema porque hay temas de experiencia española que tienen ganas de salir escritas en español y no salen. No puedo remediarlo. Los libros eligen su idioma de golpe, de antemano. Es la experiencia del exilio.
-¿Serían diferentes en la otra lengua?
-Mucho. El castellano es mucho más rico y el francés más preciso, casi quirúrgico. El francés no tolera la grandilocuencia, aunque haya escritores que son grandilocuentes, que escriben mal.
-¿Al traducir siente que ha perdido palabras?
-Siempre. No me traduzco a mí mismo porque no vale la pena estar escribiendo siempre el mismo libro. Las traducciones siempre me resultan insatisfactorias, me duelen. Aunque esté bien, pienso que lo habría dicho de otra forma. Pero prefiero esa frustración a tener que traducirme, que es un engorro. Sólo hago alguna corrección de fondo, nunca de estilo. Es que si no reescribiría el libro y no me cunde (risas). Me dijo Carlos Fuentes una vez que tenía que haber escrito El largo viaje en francés, traducirme al español y, como habría sido diferente, volver a pasarlo al francés... Toda la vida con el mismo libro es un ideal para un escritor.