Esponta-neidad clandestina
De todos los pintorescos personajes que existen en el mundo del toreo, confieso un enorme magnetismo por aquel que se lo juega todo por unos heroicos segundos de atención: el espontáneo. Esos hombres cuya mayor virtud reside en burlar a todas las normas y reglas de una corrida de toros. Burla a los porteros, pues esconde con sutileza una maleta en sus, generalmente, harapos descosidos; burla a los cercanos espectadores, pues puede existir algún chivatillo que le vea venir; burla con su fantasmal presencia a los policías del callejón en su ágil impulso de saltar del tendido al albero, superando la barrera; burla a los propios banderilleros, que suelen lanzarse sobre nuestro héroe como perros de caza sobre su maltrecha presa. Todo ello ocurre en unos inverosímiles instantes donde la tensión y la sorpresa son protagonistas. Por último, y si lo consigue, alcanza el premio de dar dos (tres a lo sumo) muletazos que nos recuerdan a aquellos antiguos tiempos donde el toreo residía en poder a la bestia entre recortes y galleos. A menudo el espontáneo no consigue su objetivo de ponerse ante el toro; eso sí, se gana la simpatía del respetable por su romántica gallardía. Otras veces es corneado, incluso llegando a morir. Cuando menos, sus doloridos huesos terminan pisando la cárcel, no exento de golpetazos y agresiones por parte de los municipales.
Actualizado: GuardarEl espontáneo guarda mucho de aquel espíritu aventurero, el cual el mismísimo Juan Belmonte representaba, toreando clandestinamente a toros en el campo bajo la luz de la luna, ante no sólo el peligro del cornúpeta, sino de los mayorales y caballistas de la ganadería, quienes no dudaban en propinar sendas palizas a los descarados torerillos que violaban sus lindes en señal de escarmiento. El espontáneo sale de la nada y su todo si lo consigue, es tan efímero como intenso. Pienso que se les debería dejar, cuando menos, unos segundos más de gloria, pues su esfuerzo es tan descomunal como una heroica hazaña de un antiguo héroe griego. Ellos son ese espíritu errante y rebelde que hacen del toreo un instante mágico, un instante trágico, un instante, un solo instante sorprendente.