De calle floreciente a muro de lamentaciones
La antigua calle Muro siempre se la ha conocido de esta forma por ir bordeando la antigua muralla de la ciudad
Actualizado:La calle Muro. Carne de arrabal. Lugar donde en tiempos medievales se formaban fogatas para calentar el cuerpo cuando llegaban los duros fríos del invierno. La calle Muro a las afueras de la ciudad, rodeando la muralla almohade por la zona de la puerta de Rota, hasta llegar a Santiago. Con sus torreones casi abandonados, pidiendo un remozado a gritos.
Posiblemente es la calle que mejor ilustra el paso del tiempo, el lugar donde dos etapas distintas se abrazan en las paredes. El irremisible avance de la historia de Jerez. Las murallas dejando ver sus dentados adarves por los altos de las techumbres de las bodegas construidas en el XVIII. Así es la calle Muro, por un lado el Jerez del medioevo y, por otro, el Jerez de la Edad Moderna del siglo del oro y de la riqueza del comercio vitivinícola.
No existe documento escrito que especifique cuándo se comenzó a denominar de esta forma. Probablemente siempre fue la calle del muro, la que circundaba la muralla por aquel lugar. Y a pesar del tiempo, todavía conserva ese aroma a calle extramuros, especialmente cuando el visitante entra por la zona de la Puerta de Rota.
Parado
Sin embargo, de la reciente época de esplendor y vida que tenía la calle apenas queda ya nada. Es más, ahora sólo vemos puertas cerradas, y las que están abiertas tardarán unos días en cerrarse, como es el caso del taller de motos de Antonio Díaz.
Su hermano se encuentra ahora con el mono puesto. Está intentando enfriar un tubo de escape. Nos comenta que puede contar poco. «Llevamos un año y ya vamos a cerrar». Malos momentos para que encima entren en el negocio periodistas curiosos a hurgar en la herida. Sin embargo, parece que David lo tiene asumido. «Habrá sido la crisis, pero vamos que no merece la pena seguir. El viernes, si Dios quiere, pegamos el cerrojazo», nos informa. En el taller no huele a gasolina lo suficiente. Y las herramientas están más limpias de la cuenta. Es una pena porque de tabanco de vinos surtidos, llevado por Rafael Benítez, acabó siendo hospital de motos. Y del viernes en adelante una incógnita. A ver quién es el valiente que se atreve a montar algo en el pequeño casco de bodega. Pongamos por caso una tienda de souvenir con muñecos de Obamas vestidos con trajes cortos y subidos en un pescante. Desde aquí lanzamos la idea. También es verdad que lo que menos se puede pensar puede ser una auténtico pelotazo. En este caso un pelotazo comercial.
Y si no, pregúntenle a José Carlos Benicio que lleva diez años en el bar El Muro. Parece el último de Filipinas. Se salva porque los clientes sostienen que el mejor café se sirve en su establecimiento. «Aquí, hace unos meses, había un almacén de escayolas, al lado se hacían puertas, más allá otro almacén y por el otro lado El Motorista, que por cierto ya no está aquí», comenta José Carlos Benicio.
Buen café
Benicio viene de casta hostelera. Lo lleva en la sangre. Su padre lleva toda la vida con La Cepa de Oro. Posiblemente fue allí donde José Carlos aprendió a dale el punto bueno al café. Un cliente sale al paso y sostiene que «yo vengo desde lejos todos los días a desayunar. Cómo se desayuna aquí...». Benicio agradece el piropo y se dispone a invitar. El cliente se lo ha ganado a pulso. «Es una pena cómo se está quedando la calle», sentencia.
Lo único que ofrece todavía cierta rentabilidad es el local del número diecinueve, donde estaba el conocido Camino del Rocío, con su fachada rosada. Después pasó a ser el Rincón Cubano. Muchos mojitos y cierta melancolía salsera. Ahora, está Caprile. Se trata de un local donde los fines de semana hay boys en paños menores para que las chicas se diviertan un poco. «Es lo que nos queda aquí», sostiene un señor que frecuenta la calle a diario. El alarido de un grupo de mujeres dejadas llevar por la voracidad de un guapo mozalbete moviendo las caderas como Dios manda.
La residencia
Pero hablar de la calle Muro y dejarse atrás la antigua Comandancia Militar tendría delito. Era el lugar donde los que habían cumplido con el Servicio Militar iban a renovar «la blanca» cuando se pasaba a la reserva. Ahora, es la Residencia Militar Fernando Primo de Rivera. En el año 1952 se inauguraron los pabellones y las residencias militares de plaza para jefes, oficiales y suboficiales. Y tanto que son buenos anfitriones los señores que velan de la residencia militar. El coronel De la Cruz nos recibe y nos invita a desayunar. Le acompaña el comandante Riva. No falta el café caliente y hasta un plato de calentitos. Fruto de las tradicionales buenas relaciones que el Ejército ha mantenido con la prensa o viceversa. Inmediatamente comienza la charla amena alrededor de la historia de la casa. «Antes, además de ser Comandancia Militar, era más un lugar para militares con destino en Jerez. Pero con la salida de los acuartelamientos en la ciudad, estamos dentro del ámbito social del Ejército y ahora somos residencia para cualquier militar que tenga interés en viajar a Jerez. O sea, que se encuentran dentro de la acción social, en el ámbito del descanso de cualquier militar con independencia del cuerpo al que pertenezca.
Café y churros para recordar la historia del edificio que es un clásico en Jerez. No está mal. El coronel comenta que «lógicamente en verano es cuando tenemos más demanda. Ahora estamos de obras, así que os pedimos disculpas por los problemas que podamos ocasionar», subraya.
Dejamos la Residencia Militar y acabamos con la calle. El Muro proseguirá allá por la calle Ancha. Ancha Porvera hasta llegar a Puerta Real. Llegar al Alcázar y volver a empezar de nuevo. Esperemos que en una segunda vuelta la calle haya vuelto a lo que siempre ha sido. Hervidero de negocios y vida. Olvidemos la idea de convertirla en nuestro particular muro de las lamentaciones.