Cultura

Débora frente a Sísera

Los héroes de la Biblia, evocados en un ensayo del historiador Paul Johnson, explican la mentalidad del Estado de Israel y su obesión por la supervivencia

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«Nuestro reto es alcanzar un equilibrio entre la necesidad objetiva de convivencia y la obsesión por la seguridad física. Es una sensación de vulnerabilidad casi apocalíptica que nos ha legado el judaísmo. Mi país sufre una paranoia. Es un Sansón débil: sabe que es muy pequeño y puede desaparecer». El ex ministro israelí Shlomo Ben Ami resumió con estas palabras la mentalidad de los líderes del Estado judío en una entrevista concedida a LA VOZ cuando era embajador en España. Entonces, diciembre de 1990, el Tsahal (Ejército israelí) se había ganado el descrédito internacional al reprimir la Intifada palestina. Hoy ha vuelto encarnar el papel de opresor al destruir el enclave de Gaza y masacrar a la población civil (gran parte de los muertos son mujeres y niños). El argumento es el mismo antes y ahora: la supervivencia de Israel. «Un pueblo puede ser protagonista de su historia y, al mismo tiempo, víctima», alega Shlomo Ben Ami.

De la resistencia del pueblo judío a lo largo de los siglos, y del peso insoportable que el pasado proyecta sobre el Estado sionista, nos habla el ensayo Héroes, de Paul Johnson, un historiador británico profundamente conservador, cuyas obras contienen juicios controvertidos, pero también enfoques brillantes y, sobre todo, ingentes cantidades de información que el autor expone con la agilidad de un periodista.

Johnson, un intelectual católico que ha escrito sendas historias del judaísmo y del cristianismo, dedica el primer capítulo de su libro (publicado por Ediciones B) a cuatro grandes figuras del Antiguo Testamento: Débora, Judit, Sansón y David. Los denomina «los héroes de Dios» y los presenta como una excepción monoteísta entre los pueblos politeístas de la Antiguedad, un grupo de líderes siempre en lucha contra tribus y civilizaciones más poderosas, que unas veces se interponen en el camino de los hebreos hacia la Tierra Prometida y otras simplemente pretenden aniquilarles.

«Resulta uno de los milagros de la historia humana -escribe Paul Johnson- que este pequeño colectivo, en lugar de desparecer en una de las profundas grietas de la historia olvidada, como sucedió con miles de tribus, e incluso decenas de naciones, continúe existiendo como una importante pieza del ajedrez mundial que conserva la misma identidad que hace casi cuatro mil años».

Una de las claves de esa supervivencia, según el historiador británico, es la estricta separación que los judíos aplicaron con las tribus que les rodeaban, una actitud estrechamente relacionada con la sensación de asedio que alimentan desde tiempo inmemorial, con el espíritu de Masada frente a los romanos. Para los actuales gobernantes israelíes, son los musulmanes quienes persiguen hoy la destrucción del Estado sionista. Pero en la Edad de Bronce eran los egipcios quienes oprimían a los hebreos, que entonces constituían poco más que un colectivo errante que había llegado desde el sur de Irak y carecía de territorio y condiciones para la guerra. «A lo largo de la historia no ha habido gente más necesitada de héroes que los hebreos», asegura Johnson, quien recuerda que eran inferiores militarmente respecto a sus adversarios, pero superiores «metafísicamente».

El primero de sus héroes fue Moisés, que liberó a su pueblo de la esclavitud, lo transformó en una entidad independiente y le transmitió las leyes de Yavé. A partir de entonces, los israelitas se embarcaron en una lucha constante contra una constelación de adversarios: los cananeos, las tribus beduinas, los filisteos... Los cananeos fueron los primeros. Eran un conjunto de tribus que habitaba lo que actualmente es la Tierra Prometida hasta que los judíos empezaron a conquistarla hace más de 3.000 años. Según Paul Johnson, la Biblia contiene «repetidos indicios» de que los nuevos ocupantes de la región «abrigaban sentimientos de culpa» por haber convertido a sus antiguos pobladores en sirvientes dentro de su propio país.

Para el historiador, esas referencias bíbilicas constituyen «un extraño presagio de los remordimientos israelíes hacia los palestinos desterrados en el siglo XX». No obstante, los judíos del Antiguo Testamento consideraban el acto de conquista como un acto de sumisión ante Yavé y pensaban que ésa era su manera de castigar la perversión de los vencidos.

Fundadores de Gaza

Los filisteos representaron lo contrario de los cananeos. Procedentes de Europa, formaban los temibles pueblos del mar que destruyeron la civilización minoica en Creta. De su nombre egipcio -Pelest o Plst- procede la palabra Palestina, territorio al que llegaron hace más de tres milenios. Eran piratas y mercenarios duros de roer, hasta el punto de que pusieron en aprietos al imperio egipcio. Cuando fueron expulsados de las tierras de Nilo, se establecieron en la costa de Palestina, donde derrotaron fácilmente a los cananeos y empujaron a los judíos hacia las montañas. Con una cultura superior a la de sus adversarios, levantaron cinco enclaves fortificados: Ascalón, Asdod, Ecrón, Gat y también Gaza, el territorio que acaba de arrasar el Tsahal.

Débora, uno de las heroínas judías mencionadas por Paul Johnson en su ensayo, y cuya historia se cuenta en el Libro de los Jueces del Antiguo Testamento, se enfrentó precisamente a un general que era filisteo o que dirigía un ejército de filisteos. Aquel caudillo, que se llamaba Sísera, se presentó al frente de una gran fuerza militar ante los israelitas, quienes no tenían gran cosa que oponerle. Sin embargo, Débora, jueza y profeta, ordenó reclutar diez mil soldados y urdió una estratagema que les dio la victoria. La historia concluye con el asesinato de Sísera por Jael, una mujer que le clavó una estaca en el cráneo cuando entró en su tienda pidiendo auxilio. ¿Traición o acto de valor?

«La historia de los judíos está poblada de criaturas extraordinarias, sobre todo de mujeres», dice Paul Johnson. Y es que existe cierto paralelismo entre el relato de Débora y el personaje de Golda Meir, la primera ministra israelí que en 1973 tuvo que tomar una decisión crucial para salvar a su país: ordenó el reclutamiento general de los reservistas apenas cinco horas antes de que Israel fuera atacado en masa por Egipto y Siria en la guerra del Yom Kippur.

Paul Johnson concluye su estudio sobre los héroes judíos con David, el monarca que unió las doce tribus y que situó Jerusalén en el centro de su reino. Su proeza ha perdurado durante veintidós siglos y es recordada como una fugaz edad de oro, después de la cual se produce el declive. Fue David quien derrotó a los filisteos y expandió sus territorios entre los imperios egipcio, asirio y babilonio. Pero su poder siempre fue precario y nunca pacífico, como le ocurre al actual estado de Israel, un país que conserva su estrella como signo de identidad.