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LA HOJA ROJA

Podemos o no podemos

Parecía una película de serie B. De esas que nos ponían en la sobremesa de los domingos y en las que, ante la inminencia de una catástrofe mundial, salía el presidente norteamericano -negro, siempre, y siempre interpretado por Morgan Freeman- en la sala de prensa de la Casa Blanca y decía con gesto grave y voz entrecortada «Dios bendiga América» que traducido venía a resultar «esto es todo amigos» mientras impactaba en la costa oeste un meteorito o una ola gigantesca se tragaba desde Nueva York a Ohio. Parecía una película de esas que no se cree nadie, llámenla Deep impact, The day aflter tomorrow o Armaggedon, da lo mismo. Michelle con su impecable traje amarillo o verde, más propio de lo que Julie Andrews hacía con las cortinas en Sonrisas y lágrimas que de lo que cabría esperar de una Primera Dama, sosteniendo la misma Biblia de Lincoln, sobre la que Obama juró protegería y defendería la Constitución de los Estados Unidos empleando en ello el máximo de sus facultades. Michelle sonriendo mientras saludaba a las masas enfebrecidas del «we can» -ahora ya le podrían enseñar a saludar con un poco más de contención o decoro-. Michelle bailando con el emocionadísimo sargento Guillen después de que los nuevos presidentes estrenaran la noche en el Baile Inaugural del Barrio, el más barato de cuantos se celebraron en Washington.

YOLANDA VALLEJO
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Sí, parecía una película. Pero como casi siempre, la realidad supera la ficción. Y lo que se ha vivido esta semana en EE UU, que es lo mismo que decir lo que se ha vivido esta semana en el mundo entero ha hecho tambalear los cimientos de la aldea global que nos habíamos empeñado en construir y que ahora amenaza con venirse abajo. El discurso de Obama del pasado miércoles será de los que se recuerden durante décadas no sólo por el tono de homilía que fue adquiriendo conforme el presidente se iba animando sino por el mensaje apocalíptico que subyacía bajo sus buenas intenciones. Del «yes we can» de la campaña al mensaje con que Obama se presentó el pasado martes ha habido un cambio. Un cambio con el que se inicia el nuevo camino que no es otro que el camino de regreso. «Las herramientas con que vamos a hacer frente pueden ser nuevas. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el trabajo duro, la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas», decía Obama mientras las multitudes lo aclamaban. Sí, para nosotros era como una película.

El discurso de Obama no se parecía en nada a los discursos a los que estamos acostumbrados en estas latitudes. A los discursos con los que nuestros dirigentes intentan arañar votos y mantener el equilibrio en la floja cuerda de la política. No se parecía a ninguno. Y no sólo por el patriotismo que aquí lo habría situado a la derecha más derecha de todas, ni por sus continuas alusiones a las sagradas escrituras que aquí lo habrían colocado inmediatamente a la diestra de Rouco, sino porque el nuevo presidente norteamericano no habló de subvenciones, ni de subsidios, ni de ayudas, ni de cheques regalo, ni de meriendas, ni de paridad, ni de leyes de temporada, ni de propagandas, ni de golpes de efecto, ni de impulsos, ni de pataletas infantiles, ni de sostenibilidad, ni de cambio climático, ni disfrazó la realidad para hablar de optimismo. «Los argumentos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven».

Más de uno debería volver a leer el discurso del nuevo Presidente de los EE UU. Porque a pesar del toque idealista que recordaba al mayo francés cuando hablaba de lo que «hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al interés común», a pesar de su tono profético como si estuviera enumerando las obras de misericordia «nos comprometemos a dar de comer a los cuerpos desnutridos y alimentar las mentes hambrientas», a pesar de todo, repito, el mensaje de Obama tenía un color nuevo -no, no sean mal pensados- Las palabras de Obama sonaban distintas a la banda sonora del panorama político español «El mundo ha cambiado y nosotros tenemos que cambiar con él». Lo malo de nuestro mundo, del más cercano, es que no cambia ni parece haber intenciones. Podríamos pero no podemos.

Las comparaciones siempre son odiosas. Pero inevitablemente tiende uno a comparar cuando el presidente de la nación más poderosa de la Tierra dice «a los que manejamos el dinero público se nos pedirán cuentas para gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque sólo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su gobierno» y luego mira a su alrededor y ve lo que ve. Inevitablemente tiende uno a comparar cuando Obama nombra Secretaría de Estado a Hillary Clinton, que fue su rival en las primarias, sin rencillas, sin reproches cuando aquí somos incapaces de reconocer y de aceptar que rodearse de los mejores -aunque sean nuestros competidores- es apostar a caballo ganador, cuando aquí la libertad de expresión y la discrepancia se premian con un expediente. Inevitablemente tiende uno a comparar cuando Obama se dirige al mundo y les dice «sabed que vuestros pueblos os juzgarán por lo que podáis construir no por lo que destruyáis» mientras aquí nos vamos a matar por la Aduana o por quién le pone el nombre al puente. Inevitablemente tiende uno a comparar cuando ve cómo la oposición municipal lejos de hacer su trabajo pierde la fuerza en guerras internas dando una imagen deplorable y lamentable de la política.

Así, qué quieren que les diga, no se sacude uno el polvo para seguir adelante, como decía Obama en su discurso, así, lo único que hacemos es echarnos más tierra encima. Y miren cómo nos va.

yolandavallejo@telefonica.net