PREMIO. Antolín Díaz de Cos, a la derecha, recibiendo uno de sus múltiples galardones que tuvo como maestro de sastrería.
Jerez

Toda una vida vistiendo a Jerez

Antolín Díaz de Cos fue el precursor de una saga de sastres de gran prestigio y reconocimiento

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Toda actividad para la que se requiera sensibilidad, imaginación, virtuosismo e impronta personal es artística o tiene algún componente artístico.

Ser calculista de cubiertas o estructuras no es ser arquitecto, sin embargo, los hay especializados en esos menesteres, pero nada tienen que ver con los arquitectos que sueñan con edificios que después dibujan en las mesas de sus estudios plenos de armonía y belleza de proporciones, en suma arte.

Hubo un tiempo que en nuestra calle Larga apenas si había bancos, la mayoría de los bajos de las casas y edificios los ocupaban comercios, especialmente textiles y pañerías. Sus estanterías y anaqueles estaban repletos de rollos de telas, con todo tipo de tejidos y texturas, diseños y colores. Perfectamente distribuidas por secciones podíamos ver las piezas de lana, hilo, seda o algodón, las que en los largos mostradores los atentos dependientes extendían, mientras que las señoras sentadas por fuera desdeñaban o elegían las que eran de su gusto.

No es necesario decir que al ser prácticamente inexistentes las tiendas de confección, el destino de los cortes de tela adquiridos eran las sastrerías. Cada familia tenía su costurera para las señoras y para los caballeros sus sastres.

Jerez fue una ciudad en la que siempre se vistió bien, antes mejor que ahora, por lo menos con más gusto, por lo que eran numerosas las modistas y los sastres con talento. Profesionales en constante contacto con las últimas tendencias, pero sobre todo virtuosos de su profesión que cortaban y cosían con verdadero primor. Conocedores de su oficio veían rápidamente el menor fallo y de un tijeretazo y dos cogidas de alfiler, llevaban a su sitio una prenda desencajada. A estos profesionales de la sastrería les debe Jerez su elegancia y distinción en el vestir, especialmente a la familia Díaz.

Esta familia, que ha llevado la sastrería en la sangre, tuvo varios maestros sastres de los que conservamos algunas obras de arte hoy difícilmente repetibles. Entre ellos hemos elegido al maestro Antolín Díaz de Cos quien tuvo sastrería, pañería y confección en su tienda de la calle Caballeros esquina a San Pablo. De las manos de Antolín Díaz debieron de salir miles de trajes y prendas de todo tipo. Recuerdo que cuando se aproximaba Semana Santa o Feria su tienda era frecuentada por numerosas familias interesadas en adquirir ropa para esos acontecimientos. No digamos cuando el motivo era la boda de un familiar o conocido personaje a la que por diferentes lazos o razones habíamos de asistir. Como decimos, durante las cinco últimas décadas del siglo pasado, y continuando con éste, los Díaz han sido un referente en Jerez como maestros de la sastrería y, por supuesto, como familia trabajadora que debido a su exquisito gusto y sensibilidad contribuyó y sigue contribuyendo a ese toque de elegancia y distinción que siempre tuvo Jerez.

Pepe Díaz de Cos

De entre ellos destacaremos también a su hermano Pepe Díaz de Cos quien fuera excelente maestro sastre, el que en su sastrería ubicada en un piso alto del número 14 de la calle Corredera cosía admirablemente para una distinguida clientela jerezana. Su profesionalidad y versatilidad hacía que igualmente cortara para lo clásico que para el traje corto y campero en todas sus modalidades. De sus manos salieron ternos y trajes para conocidos personajes, toreros, rejoneadores y artistas jerezanos. Fue en esta sastrería donde su hermano Antolín diera sus primeros pasos como aprendiz, a quien como miembro de la familia Díaz hemos querido significar en este artículo, como también lo haremos dedicando un espacio a su sobrino Antolín Díaz Salazar, actual continuador de la saga de maestros sastres que Jerez ha tenido el privilegio de tenerlos como paisanos. Sobrino carnal de nuestro protagonista, siempre estuvo instalado bajos los arcos de la plaza Esteve y ahora en su casa de la calle Bizcocheros, siendo todo un referente en el mundo del toro y del caballo por su especialización en la confección del traje corto, campero, rociero...

Debido a esto, por su casa han pasado numerosos artistas y toreros; no en vano es el sastre de la Real Escuela de Arte Ecuestre, en cuyo recinto de la avenida Duque de Abrantes tiene una exposición del traje corto tal si fuera un museo, ya que en dicha muestra se recogen los más lujosos atuendos que los jinetes de la Escuela han lucido en sus exhibiciones y galas. Con profusión de detalles, bordados y remates, todas ellas salidas de las manos de este indudable maestro de la sastrería. Antolín Díaz Salazar comenzó con sus tíos Pepe y Antolín teniendo en ellos un espejo en el que mirarse; comenzó con el corte y la confección de todo tipo de prendas de caballeros y de señoras tocando incluso la piel, trabajo harto difícil y delicado, decantándose con el tiempo por el traje corto al que ha llegado con su virtuosismo y especialización a cotas verdaderamente ejemplares obteniendo un reconocimiento a nivel internacional.

Pero sigamos con nuestro protagonista Antolín Díaz de Cos quien naciera en Jerez el 18 de Noviembre de 1918, realizando sus estudios con los hermanos de La Salle en el Colegio de San José de la calle Porvera, en donde estuvo hasta los 17 años, edad en la que fue llamado a filas en plena Guerra Civil Española. Al volver de la contienda empezó como ayudante en la sastrería de su hermano Pepe, que como ya hemos contado, era junto a Pardal los dos sastres más cotizados y afamados de Jerez. Cumplidos los años de aprendizaje quiso abrirse camino por lo que marchó a Barcelona a hacerse maestro sastre. Durante el periodo en que estuvo en la ciudad condal aprovechó para hacer amigos contactando con otros sastres y el mundo de la moda, pero sobre todo con las fábricas de hilaturas y de tejidos, haciéndose afín a Gorina, quizá la mejor fábrica de España, de la que se surtió durante toda su vida.

Su primera sastrería

Al regresar abrió su primera sastrería en un pequeño local ubicado entre la calle Consistorio y la plaza de la Hierba, lugar en el que permaneció durante cinco años, para trasladarse más tarde a un local mayor en la conocida calle Caballeros; haciéndose clientes de su sastrería la mayoría de los caballeros que vivían en dicha calle, tales eran: el Conde de Peraleja, el Marqués de Vargas Machuca, José Ignacio Domecq González, los Soto Díez, los Martel, los Bohórquez, los García-Mier Carranza, los Lobatón los cuales, tras regresar de sus viajes a Inglaterra les trasladaban las últimas tendencias y gustos en el vestir, que unidos al gran conocimiento que tenía el maestro Antolín y el contacto permanente con Barcelona, hacía que las prendas salidas de su sastrería tuvieran un toque personal. Hay que decir que el maestro Antolín nunca fue un sastre de silla, es decir, no cosía, sino que se limitaba a cortar y a probar. Era tal su capacidad de trabajo que llegó a tener un taller con más de 20 costureras. Tal volumen de producción le hizo acreedor de una buenísima clientela, algunos de los cuales se fidelizaron de por vida con su sastrería y con su persona, pues descubrieron en él a un hombre de gran humanidad y valores con el que compartir amistad y el gusto por las artes: la música, la pintura, el deporte, y todas esas afinidades que transmiten las personas con sensibilidad.

Tuvo gran amistad con el genial pintor jerezano Carlos González Ragel, al cual ayudó hasta el final de sus días en el Sanatorio de Ciempozuelos y del que sus herederos conservan numerosas obras que el creador de la esqueletomaquia mandaba a su amigo Antolín en agradecimiento a las atenciones y desvelos que el maestro sastre tenía para con el. Es digno de resaltar que la vida y la obra de este genial pero enajenado artista fue descrita y analizada en su tesis doctoral por la doctora en psiquiatría Mercedes Díaz Rodríguez, hija menor de nuestro protagonista Antolín Díaz por la que obtuviera la calificación de sobresaliente Cum Laudem.

Como decimos, hombre discreto y disciplinado de gran capacidad de trabajo, dorado por las virtudes de la sencillez y la humildad y de profundas convicciones religiosas, el maestro Antolín fue un excelente profesional y amigo así como un buen padre que dio carrera a sus cinco hijos.

Falleció cristianamente rodeado de los suyos el 8 de junio del 2001.