Cadena perpetua
CALLE PORVERA Al ver a Francisco Holgado sobre el césped de Chapín durante el encuentro que disputaron el Xerez y el Tenerife, se me pasaron muchas cosas por la cabeza. Entre todas ellas, destacaba la admiración por un hombre que parece incasable, que no se cansa de llamar, aporrear y tirar puertas a pesar de que todas le rebotan en las narices. Y es que a pesar de que el padre y la familia del difunto Juan Holgado ya no tienen clavo al que agarrarse, el dolor les impide bajar los brazos.
Actualizado:Debo reconocer que tras el shock inicial, tras aceptar la legitimidad de ese hombre a reclamar justicia, también fui de los que recriminé la pasividad de una seguridad privada y una Policía que permitieron a Francisco que hiciera todo lo que le viniera en gana deteniendo un partido profesional de fútbol. Pero a medida que pasan los días y me desplazo a diferentes puntos de vista, entiendo más las reacciones de una familia que está rota y ya no parece tener vuelta atrás. La situación es tremendamente dura y entiendo que sólo los que han perdido un hijo o un familiar en esas condiciones pueden ponerse en su pellejo, pero lo cierto es que mientras los autores del crimen se fueron de rositas -por no decir, los que permitieron una investigación repleta de descuidos desde que el arma del crimen salió por última vez del cuerpo del chaval-, el padre y la madre de Juan Holgado se encuentran presos de su propia amargura. Son muchos los que opinan que la ira y el rencor les hubieran podido al estar frente a los asesinos de su hijo -como Francisco estuvo durante muchos días-. Él se controló, evitó una condena por asesinato que posiblemente ya hubiera cumplido, pero a cambio le ha caído una cadena perpetua que le acompañará hasta el fin de sus días. Justicia para Juan Holgado.