
«Mi única esperanza es que el sistema se caiga»
El intelectual visitó ayer Cádiz para participar en el ciclo de Qultura Voces en el Museo Xxx xxx
Actualizado: GuardarGarcía Calvo pide permiso para fumar en la cafetería del Hotel Argantonio. «Es que no me gusta incumplir ninguna norma», avisa, muy serio. Como la camarera no le conoce, pasa por alto el tono levemente irónico de la advertencia. Lo cierto es que el señor que ya apura un cigarrillo a largas caladas es uno de los intelectuales españoles más prestigiosos y controvertidos, rebeldes y contestatarios, del último medio siglo. Él rechaza sin pestañear todos estos calificativos, porque repudia cualquier cosa que «suene a etiqueta». Amablemente, pone algunas condiciones para la entrevista: «No me gusta repetirme, no quiero extenderme demasiado porque necesito descansar antes de la intervención (en el ciclo Voces en el Museo, de la Asociación Qultura), no voy a adelantar nada del contenido de la conferencia y, por favor, no me preguntéis sobre asuntos de actualidad, porque estoy bastante desinformado».
Su posición, siempre crítica, ante la realidad («un concepto no ya ambiguo, sino abiertamente erróneo»), está lejos de ser una pose: «No cabe otra postura ante tanta falsedad, ante la mentira de la democracia, ante la mentira de la paz, ante la mentira del amor domesticado, ante la mentira del tiempo». «La desgracia me inspira -afirma- junto con la voluntad de ceder mi voz al pueblo».
Ése ha sido uno de los grandes principios irrenunciables de su trayectoria. «Procuro ser lo menos intelectual que se puede, aunque siempre he intentado que, de vez en cuando, el pueblo hablara por mi boca, eludiendo a las personas serviles, reaccionarias o sometidas al poder. Es cierto que, en la casta ésa de los intelectuales, eso es algo que se lleva poco».
Desde que volvió a España en el 76, supo que «todo aparentaba cambiar para que nada cambiara», por eso nunca tuvo esperanzas en la Transición. Incluso ahora, «la única esperanza que me queda es que el sistema se caiga». La última alegría política que vivió con cierta intensidad fue «el levantamiento de los estudiantes en el 65, en Madrid, Alemania y EE UU, que luego desembocó en el mayo del 68». Lo sintió como «un aliento», pero no tardó poco en presenciar «la instauración del régimen contra el que nos levantamos, que es el mismo que hoy padecemos, con el dinero como dueño y señor».
Su batalla desgarrada contra la democracia puede resumirse en una máxima que muchos libertarios han tomado como pilar ideológica: «La democracia mata al pueblo, porque parte de una idea falsa: se basa en el voto y eso presupone fe en uno, en que uno sabe lo que quiere y adónde va, ni más ni menos...»
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