Opinion

Emperadores

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Son personajes dispuestos a coronarse sobre una montaña de cadáveres; vestir un traje de aire y pasearlo como si llevaran el último diseño; se pirran por las grandes aglomeraciones, y el sagrado acto de su coronación lo inician, desde siempre, dando gracias a los dioses. Lamento no esperar gran cosa del nuevo emperador general del planeta, más bien creo que le pusieron un guisante bajo el colchón y ni se dio por aludido. Lo malo es que semejante prueba al emperador supuso miles de muertos civiles en Gaza.

Se puede querer o no al emperador; respetarlo, denostarlo, incluso lanzarle tomates; se puede esperar del mismo la salvación de los pecados o la condena eterna; nos puede parecer atractivo, memo, culicaído, orejudo; podemos respetarlo o no; verlo caminar desnudo bajo su falso traje o descubrirlo.

Lamentables resultan quienes, tras haber sido camareros del emperador, se creen ellos mismos imbuidos del mismo sacro poder y no logran resistir la tentación de imitar los admirados gestos de su antiguo patrón. Nuestro ex presidente, ya saben, José Mari, no se sabe si dolido por el olvido de su amigo el emperador saliente, aunque puede que sus neuronas aún no hayan procesado semejante olvido, eligió el sagrado día de la coronación para ser investido doctor honoris causa, en Valencia.

Y es que no existe complejo peor que ése de emperador, cuya caricatura estuvo instalada en los chistes de locos y manicomios donde siempre había un paciente con la mano en el pecho, la barbilla levantada y dando órdenes: los napoleones de todos aquellos rancios chistes andan hoy reencarnados en la investidura de nuestro José Mari. El pobre, traumatizado por el olvido de su antiguo protector y hoy emperador saliente, con el alma dolida por su perdido traje imperial, harto de lanzar amenazas sobre la ruina que otros han cosechado en su antiguo cortijo, a modo de terapia paliativa, ha logrado ser coronado a la sombra de otra coronación, real y con poder efectivo la otra, claro. Pensará que, así, al menos, será de algún modo recordado como el honorífico que recibió la birra universitaria el mismo día que en la capital del imperio era nombrado el primer emperador negro de EE UU. Mientras, que bailen los muertos y reciban togas los iletrados.