ANÁLISIS

Los límites y la ventaja

El test de la verosimilitud de las esperanzas puestas en Barack Obama ya está aquí. La pregunta fundamental de los últimos días -¿hasta qué punto un candidato espléndido podrá llegar a ser un buen gobernante?- va a tener respuesta en su caso. Y las claves de la misma residen en parte en los límites que Obama no podrá franquear, con independencia de sus deseos. Algunos de estos límites se encuentran en el campo de la política exterior.

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En una entrevista emitida hace algún tiempo en la conservadora Cadena Fox, se le preguntó si EE UU estaba en guerra contra el terrorismo. Obama contestó sin dudar: «Absolutamente sí». Y así lo ha vuelto a reconocer en su discurso inaugural. Es decir, en lo fundamental comparte la filosofía de Bush. Combatir el terrorismo no es una mera operación policial, implica la movilización prioritaria de todos los recursos. Y los estadounidenses están dispuestos a sacrificarse por ello. Nadie debe llamarse a engaño: la pérdida de popularidad de Bush no se ha debido a la lucha antiterrorista, o a derivados como Irak o Guantánamo, sino principalmente a dos hechos. El más antiguo fue el famoso huracán Katrina, ante el que tardó en reaccionar dando la imagen de un presidente negligente, poco compasivo. El más reciente ha sido, por supuesto, la crisis económica, que al fin y al cabo se ha producido durante su presidencia. Por tanto, por mucho que guste o no a muchos de sus correligionarios demócratas, los EE UU de Obama van a seguir en guerra porque así lo percibe la mayoría de sus ciudadanos, con las consecuencias que ello tendrá desde los presupuestos a la seguridad interior.

Al nuevo presidente le puede sobrevenir otra prioridad, muy complicada y en la que su margen de maniobra es escaso: Irán y su adquisición cada vez más cercana, nadie duda de su voluntad, de armamento nuclear. Obama decía en la misma entrevista que un Irán militarmente nuclear sería inaceptable.

Las razones van más allá de Israel, aunque éstas ya sean suficientes; también tienen que ver con asegurar las fuentes de energía para EE UU y el mundo, y porque a diferencia de India y Pakistán, que quieren las armas nucleares para lidiar entre ellos, el proyecto geoestratégico de Irán va más allá: quiere ser en el mundo la potencia islámica. Supone por tanto un desafío frontal al que EE UU, si quiere seguir siendo la potencia dominante, se tiene que enfrentar de raíz. Y Obama, aunque quisiera, no podría resistirse a las presiones internas, del establishment militar y de los que conciben a EE UU como el Imperio, para tomar las medidas necesarias que impidan un Irán nuclear. Si Obama acaba tomando acciones directas contra Irán, los europeos seguirán la rutina habitual: criticarán abiertamente y aplaudirán en privado.

Mientras que en el campo exterior son sobre todo los contenidos los que le vienen marcados de salida, en el campo interior los límites de Obama son más tácticos, de tempo y proceso político. La prioridad hoy del presidente es la economía. Los estadounidenses no votan por política exterior (aunque sí importan a determinados grupos de presión) y Obama está obviamente obligado para con sus votantes. Pero no va a ser fácil. Los límites internos a los que se enfrenta, como cualquier presidente, son muy importantes. Aunque quizás sea un hecho poco conocido en España, el presidente estadounidense manda menos hacia dentro, en las políticas internas de su propio país, que un jefe de Gobierno español o un primer ministro europeo. Para empezar, ni es el líder de su partido (allí los partidos son, sobre todo, coaliciones de barones locales sin un cuerpo doctrinal unificador), ni los parlamentarios del mismo le van a seguir necesariamente en sus políticas, aprobando las leyes que pueda enviar al Congreso. Los congresistas y senadores norteamericanos responden esencialmente a los intereses de sus distritos electorales y es normal que voten con el partido contrario si así piensan que van a favorecer sus probabilidades de reelección. Ronald Reagan consiguió durante su presidencia, parte de la cual coincidió con una mayoría demócrata en ambas Cámaras, la aprobación de sus leyes gracias al apoyo de los llamados Reagan Democrats: congresistas del partido rival que temían que si votaban contra el presidente, perderían el apoyo de sus electores.

Por eso se dice que los presidentes tienen cien días para asegurar sus prioridades legislativas, mientras su popularidad es alta y sus adversarios no están organizados. Obama parte con ventaja gracias, paradójicamente, a la severidad de la crisis económica. Todo el mundo sabe que salir de la misma llevará como mínimo de uno a dos años y ése es, excepcionalmente, su período de gracia. El límite principal para Obama, por tanto, es que no podrá hacer en el primer mandato de su presidencia y quizás el único lo que le hubiese gustado idealmente hacer. Se tendrá que limitar a rescatar a su país, e indirecta y parcialmente a otros países, del lío económico en que estamos metidos.