Frivolidad cómplice
Más de setenta mujeres víctimas de la violencia machista a lo largo del pasado año. Una realidad tremenda que debería conmover los cimientos de nuestra sociedad. Una sociedad excesivamente apoyada aún en una evidente hegemonía de los hombres sobre las mujeres. Pero a pesar de tantas muertes, de tanto sufrimiento que aflora cada día desde las entrañas profundas de una sociedad aparentemente satisfecha y festiva, los problemas de género no acaban de despertar la suficiente alarma social. Existe aún una más que considerable indiferencia, cuando no un claro rechazo, hacia planteamientos renovadores en lo que a las relaciones de género se refiere. Hay todavía como un reparo extraño a la hora de manifestar abiertamente el rechazo a una secular situación de dominio masculino, tal vez conscientes de que tales planteamientos ponen en cuestión muchos roles e identidades personales y de grupos.
Actualizado:Aunque existen claras tendencias que están poniendo en crisis los fundamentos de las estructuras jerárquicas de género, se hace necesaria una mayor implicación de toda la sociedad, no sólo para acelerar los cambios que se anuncian, sino para que estos ocurran sin necesidad de pagar el dramático peaje que ahora están soportando las propias mujeres. Evidentemente, tanto hombres como mujeres hemos sido objeto de los condicionantes de género. Lo que se ha dado en llamar «la construcción social del género y el sexo» se ha hecho imponiendo roles sociales e identidades específicas tanto a hombres como a mujeres. Pero es obligado reconocer que el peso de esta estructura diseñada por y para el dominio masculino ha recaído injustamente sobre ellas: la violencia machista constituye sólo la punta del iceberg de un dominio tan soterrado como indeseable.
Un elemento que incide negativamente sobre los problemas de género es precisamente la frivolidad con que se suelen considerar ciertas manifestaciones de las estructuras patriarcales de nuestra sociedad. Pensemos, por poner un ejemplo, en la actitud despectiva y chistosa que muchas personas (incluso de reconocido prestigio público y mediático) adoptan ante determinados intentos que se hacen por abolir el actual lenguaje sexista. Son muy celebrados los chistes linguomachistas salidos de la pluma de insignes articulistas, y que no hacen sino frivolizar una cuestión que requiere de todo menos de burda ironía. ¿Tan difícil es aceptar como simples tanteos con vistas a superar un lenguaje sexista esas a veces cacofónicas reiteraciones que hacen hervir la sangre a tanto purista del lenguaje? Lo evidente es que estamos viviendo, afortunadamente, realidades nuevas respecto a las cuestiones de género. Cada vez con más claridad, se va echando en falta un lenguaje también nuevo para nombrar estas nuevas realidades. ¿Son estrictamente necesarios la burla y el escarnio ante las pretensiones de ensayar y favorecer un lenguaje exento de connotaciones machistas?
En las actitudes chistosas, mordaces e incisivas vio Freud la manifestación de una parte fundamental de nuestros conflictos internos. Algunos (y algunas) deberían tomar buena nota de ello.