AHORA EN FACSÍMIL. Fotografía de los años 40 para distribuir a las fans. / LA VOZ
Cultura

Sinatra, en privado

El director de su club de fans publica un volumen con fotos inéditas, grabaciones olvidadas y recuerdos del cantante

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Cuesta creer que, en 1984, la figura de un Sinatra maduro que ya había cantado y vivido todo lo que tenía que haber cantado y vivido, despertara tanto interés en un chaval de 18 años como para convertirse en el presidente de la Sinatra Society of America sin tener siquiera licencia para beber alcohol. Aquel muchacho se llamaba Charles Pignone y desde entonces dirige el club de fans más grande y prestigioso dedicado a La Voz, un cargo que le ha permitido hurgar con libertad en los archivos privados de la familia Sinatra.

Dos décadas buceando entre fotografías inéditas, correspondencia, grabaciones olvidadas, partituras, guiones y recuerdos que ahora selecciona y recopila en el libro El álbum de Frank Sinatra, un lujoso volumen publicado por Global Rhythm Press que, según su autor, «de no ser por las limitaciones de espacio podría haber pesado cientos de kilos».

Durante su elaboración, Pignone se encontró con un material de archivo tan ingente que el gran problema no fue decidir qué incluir, sino qué descartar. El resultado es un libro de gran atractivo visual que entreteje, a través de más de 200 fotografías y testimonios personales, historias conocidas y no tan conocidas del crooner más carismático del siglo XX.

Porque como afirma Tina, su segunda mujer, «él vino a ser la banda sonora de ese siglo. Lo entrelazó todo musicalmente». Su hijo, Frank Jr., y el productor Quincy Jones dejan sus impresiones en sendos prólogos, y por las 192 páginas del álbum desfilan el resto de la familia, amigos de la infancia, músicos (Al Viola, Bill Miller, Tony Motola), arreglistas y compositores (Jimmy Van Heusen, Don Costa, Sonny Burke), estrellas del cine (Billy Wilder, Burt Lancaster, Richard Burton), presidentes de Gobierno (Ronald Reagan) y, cómo no, sus principales colegas de juerga en el Rat Pack: Dean Martin y Sammy Davis Jr.

Cuidadas reproducciones

Pero lo que convierte a este libro en objeto de deseo son los treinta facsímiles extraíbles que se intercalan entre los capítulos: cuidadas reproducciones de un álbum familiar con fotos de su infancia, invitaciones para conciertos, páginas del guión de un programa radiofónico, la partitura original del clásico My Way, una carta dirigida a Cary Grant, el cartel de la película La cuadrilla de los once, el número de septiembre de 1943 de un fanzine editado por un grupo de quinceañeras... Y en la solapa del interior de la portada encontramos un cedé con grabaciones poco conocidas, entrevistas radiofónicas y curiosidades, como una conversación con Bing Crosby, bromas junto a Bob Hope para animar a las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y un monólogo inédito que pronunció en el escenario del Sands de Las Vegas en 1966.

Una vez le dijo a Quincy Jones: «Tienes que vivir cada día de tu vida como si fuera el último, porque un día lo será». Sinatra fue un gran vividor. Y un intérprete superdotado. Un mujeriego que adoraba a su familia. Un artista que se codeó con la mafia y el clan de los Kennedy. Un tipo perfeccionista que tuvo al mundo en su bolsillo. Pero también fue padre. Marido. Un hombre generoso con los compañeros de profesión que atravesaban un bache. Un filántropo anónimo que durante su carrera recaudó más de mil millones de dólares para organizaciones benéficas de todo el mundo. Y, sobre todo, un luchador nato.

Desde el mismo día que nació, la mañana del 12 de diciembre de 1915, tras un parto complicado en el que el médico, tras lastimar con el fórceps el lado izquierdo de su cara, le dejó de lado para salvar la vida de su madre. «Mi abuela me sumergió en agua helada y consiguió activar la circulación de la sangre», recuerda.

El libro nos acerca al artista sobre el escenario y le acompaña después del concierto, tras las bambalinas, cuando los focos se apagan. En la intimidad del hogar - «Como padre era tan emotivo como en su faceta de artista», confiesa su hija Nancy, junto a quien inmortalizó el clásico Something Stupid- y en otra intimidad distinta, la que surgía en las sesiones en el estudio de grabación. Siempre a altas horas de la noche, cuanto más tarde mejor, porque su voz no estaba hecha para usarse de día.

Sinatra Jr. asistió a muchas de las sesiones celebradas en los estudios de Capitol Records en Los Ángeles. Recuerda que cada vez que su padre se disponía a grabar «se palpaba una emoción tremenda, una gran expectación. Todos sabían que el sello sacaba los mejores discos del mercado. Tenían al mejor cantante, los mejores arreglistas, los mejores músicos, los mejores técnicos y los mejores estudios de la ciudad. ¿Cómo iba a ser de otra manera?».