Hermanos

De todas las historias tristes que uno puede contar sobre la televisión, seguramente la más triste es la de los programas que pudieron ser buenos y terminaron siendo malos o, aún peor, ni siquiera se los dejó ser. El repertorio de estos casos es abundantísimo. Algunos llegan a pasar por pantalla y el público puede seguir su evolución; otros ni siquiera alcanzan eso, sino que se quedan en simple proyecto y, en el colmo de la tristeza, en programas-fantasma. Telecinco ha confiado su noche del viernes a uno de estos casos desdichados: Hermanos y detectives, la serie del niño policía, que podía haber sido una historia notable y que, por desgracia, se ha quedado en agua de borrajas. Recordemos: Hermanos y detectives saltó a pantalla el curso pasado con un planteamiento de todos-los-públicos, unos guiones majetes, pero mejorables, y unos resultados de audiencia más o menos satisfactorios (20,3% de share, el segundo mejor estreno de ficción de Telecinco). Con esos mimbres, el razonamiento del espectador convencional -usted o yo- habría sido: pongamos más atención a los guiones, reforcemos el lado blanco del relato, demos más relieve al niño protagonista, subrayemos su carácter de todos-los-públicos y saquémoslo a competir en el horario adecuado. Sin embargo, Telecinco (o Eyeworks Cuatro Cabezas, la productora, que no sé quién habrá sido aquí el genio) razonó de forma exactamente inversa: pongamos más rasgos grotescos, endurezcamos el perfil negro del relato, hagamos al niño mayor y emitámoslo cerca de la medianoche. Así ocurrió que Hermanos y detectives, al volver a pantalla, lo hizo en el llamado late night, en domingo, con mucha novedad en el argumento y después de Aída. ¿En qué público estaba pensando la cadena? Lo ignoro.