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Aduana, se cierra el telón

En estos días de debate intenso sobre si hay que derribar la Aduana o hay que dejarla ahí para que las generaciones de nuestros nietos comprendan que Franco también se interesaba por la arquitectura, una termina por empaparse del lenguaje que hoy en día impregna el discurso de los arquitectos. Cuando hablas con uno de ellos, te dice cosas como que tal edificio «dialoga muy bien» con el inmueble de enfrente o que este otro es falso, poco honesto o que el de más allá contamina mucho la vista. Una sale de una entrevista con el arquitecto y se pone a repetir esas cosas hasta que dice: ¿alto! No está bien cosificar a las personas pero tampoco dar carácter de individuo a una suma de piedras.

MABEL CABALLERO
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El ruido de esas piedras, como todo el mundo sabe, no esconde más que una guerra de egos. Viejos rencores entre arquitectos. Los mismos que hay entre abogados, médicos y periodistas. Una frase mal dicha, un comentario despectivo, tal vez una llamada ignorada. O simple química, que es la explicación científica. Alguien te cae mal y punto. Le haces la cruz y le persigues eternamente. Y como todo -y la arquitectura no se salva de esta norma- es opinable, no hay más que llevar al terreno de lo profesional nuestras filias y fobias personales.

Fue Wilde el que dijo que es difícil ser injusto con lo que uno ama. Tanto como resulta complicado hacer justicia a quien se detesta. Los peores enemigos siempre están en casa. Y son muy pocos los que consiguen sobreponerse al resentimiento. Hay un cierto regusto en esas batallas bizantinas que duran toda una vida, que se atesoran en forma de recorte de periódicos. Agravios que se pagan después de décadas. Un aire de novela de caballerías. Un cruzar de puñales en un romancero payo.

Todo eso está muy bien. El drama es que no se quede tras el telón de un teatro desvencijado. Tiene razón Chiqui Pérez Peralta: no es una tragedia que se vaya a mantener la Aduana. Lo triste es que dejarla ahí o derribarla dependa de que alguien haya decidido que el duelo se celebre en la plaza Sevilla y no en el salón de un western.