Calderón se va entre lágrimas Indiferencia entre la plantilla
Se siente víctima de «la maldad y la injusticia» y deja el Real Madrid en manos de un directivo
Actualizado: GuardarLlorando a lágrima viva, Ramón Calderón arrojó ayer la toalla como presidente del Real Madrid. Lo hizo preso de los escándalos que han caracterizado sus dos años y medio de gestión y aconsejado por su familia. Era como un púgil groggy, golpeado en su rincón, sin capacidad de respuesta e incapaz de sujetarse en las cuerdas. Tras vivir sus peores horas al frente del club y agobiado por la manipulación de la asamblea, Ramón Calderón se declaró en inferioridad, abocó al club a la convocatoria de elecciones anticipadas el próximo verano y lloró de aparente impotencia. Considera que tanto él como su mujer e hijos se han visto «agredidos, calumniados» y derrotados por el «éxito de una campaña de injusticia y maldad».
De momento, la entidad queda en manos del hasta ahora vicepresidente Vicente Boluda, un empresario naviero valenciano con apenas diez años de antigüedad de socio al que la oposición no considera legitimado por ser «cómplice» del ya ex presidente. Un hombre de paso que pide «unión y responsabilidad» a poco más de un mes del trascendente duelo ante el Liverpool en octavos de final de la Liga de Campeones. Se convierte en el quinto máximo mandatario blanco en tres años, desde que Florentino Pérez huyó, también mediada la temporada, pero entonces por los pésimos resultados. En realidad, el hombre fuerte de ACS se fue pero nunca desapareció, ya que su sombra fue tan alargada que asustó a Ramón Calderón, quien le acusó en repetidas ocasiones de «torpedear» la labor de la junta directiva y «reventar» las asambleas.
El abogado palentino, de 57 años, quedó esclavo de sus actos y sus palabras. Había criticado a Florentino por haber sido el único presidente en la historia del Madrid que abandonó la nave en mitad de la travesía pero sigue sus pasos. También dijo que abrir el camino electoral sería una «barbaridad» porque iría en perjuicio del equipo. El clásico baile de candidatos, de promesas electorales, de altas y bajas, de rumores, sembraría de incertidumbre el futuro de la plantilla. Otra cuestión baladí llegado el momento crítico.
Calderón garantizó el miércoles que jamás dimitiría porque hacerlo equivaldría a reconocer que uno es culpable, cobarde o tiene algo que ocultar. Dos días después, insistió en su inocencia, pero ya no era creíble. Su moral estaba por los suelos, su físico mostraba el desgaste del poder y su típica jovialidad se tornaba en llanto. Tanto lloró que se llevó la ovación de muchos de los asistentes a la conferencia de prensa. Les dio lástima.
Sobrevivía en el alambre desde hace tiempo, sobre todo por asuntos extradeportivos. Le apuntilló una revelación brutal. Había superado la asamblea, el máximo órgano de control y representación del club, con el refrendo de votantes no legitimados. Creyó poder capear el temporal con el despido de Nanín, un veinteañero que colaboró con él en la campaña electoral y al que luego colocó como empleado del área social, y del director general de este departamento, Luis Bárcena. Hasta el final, el presidente juró por su honor y por el de los directivos que apenas les conocía, que era ajeno al turbio asunto. Pero las fotos del día siguiente le delataron. El tal Nanín aparecía junto a un hijo del presidente en un viaje de placer, con el Coliseo de Roma al fondo, y Bárcena disfrutaba en un yate acompañado, entre otros, por Ignacio, el hermano de Ramón. Calderón se siente víctima de una traición, de un Judas que le hizo la vida imposible.
El jueves por la tarde ya estaba decidido a presentar su dimisión. Así se lo comentó a algunos directivos y así se filtró a la prensa. Su despedida oficial se anunciaba para ayer. Cenó en su casa con algunos colegas de junta, se presentó Pedja Mijatovic, el cuestionado director deportivo, y le persuadió de que irse ahora sería «quedar como un chorizo». Dio marcha atrás por unas horas. Pasada la medianoche, la Ser anunciaba que Calderón no dimitiría pero convocaría elecciones para final de temporada. «Pese a sufrir un teórico calvario, sólo dimitiré si la junta me lo pide o me echa», remarcaba, ya de madrugada, en el canal autonómico Telemadrid.
La entrevista a Nanín publicada ayer en Marca resultó definitiva, una puñalada en el corazón del dirigente. El antiguo colaborador revelaba que la organización de la asamblea no fue sólo cosa suya, que obedecía órdenes del jefe. «Nunca hice nada por iniciativa propia. Siempre hice lo que me ordenaban desde arriba». Además, el íntimo amigo de Leticia y Mariana, las hijas de Calderón, explicó que el club no le destituyó sino que fue él quien dimitió y no recibió ni un euro de indemnización. El silencio de Bárcena, sin embargo, costaba 800.000 euros al Real Madrid.
Ayer al mediodía, Calderón llegaba hundido a la reunión de la última junta directiva. Apenas hubo debate. Prolongar la agonía sólo suponía alargar la crónica de una muerte anunciada. Sólo quedaba acordar la escenificación del final de ciclo, preparar la rueda de prensa final. Allí, Calderón adujo que sus colegas le pidieron seguir. No era así. Varios colaboradores amenazaban con dejarle plantado y forzar la convocatoria urgente de comicios si no se iba. Abominaban del papel de cómplices. A las seis de la tarde, el jefe se despedía como una víctima. Sin aceptar preguntas. Los problemas institucionales no preocupan a la plantilla merengue. Los jugadores se entrenaron durante toda la semana en Valdebebas, ajenos a la tormenta desatada en las oficinas del Bernabéu. Su único objetivo es preparar el partido del domingo ante Osasuna y recortar distancias con el Barcelona. Lass resumió el sentir del equipo en su primera comparecencia como jugador del Real Madrid. «En el vestuario sólo hablamos de fútbol. Todo lo que no sean aspectos deportivos son problemas de directivos, no de futbolistas», aseguró.
Ayer, la noticia en la Ciudad Deportiva no era la dimisión de Calderón sino la lesión de Guti, que estará un mes de baja por una rotura fibrilar en la pierna izquierda. Ningún jugador quiere opinar sobre el presidente. Buscan aislarse de una situación que esperan no afecte a su rendimiento en el campo.