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CRÍTICA DE TV

Porno

JOSÉ JAVIER ESPARZA
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Las asociaciones de espectadores han denunciado con alguna insistencia el escándalo cotidiano que supone la pornografía en televisión. Concretamente se trata de la programación porno de un notable número de cadenas locales que en todos los casos ofrecen ese tipo de contenidos en horario convencional, cuando las otras cadenas emiten dibujos animados. Los madrileños, con Canal 7, la cadena local de José Frade, comienza su programación erótica pasada la medianoche y la prolonga hasta el cafelito matinal, de manera que uno se hace el desayuno, enciende la tele a ver qué ha pasado en el mundo y de repente, aparecen en pantalla unos acróbatas desnudos que gimen guaiguai y chuschús, salpicando sudores sobre el cafelito en cuestión. El caso madrileño es particularmente notable por lo prolongado, por la relevancia del dueño del Canal y por lo bien que le han tratado siempre los poderes públicos, pero no es el único. El porno, que hace diez años aún era una industria relativamente discreta, ahora se ha convertido en un negocio de libre exposición, y docenas de rotundas pechugonas nos miran desde los escaparates de quioscos y gasolineras. Junto a la foto de la pechugona, un periódico abre portada denunciando la violencia sexual y la manipulación de la mujer. Más de una vez ocurrirá que el editor de la pechugona y el del periódico serán la misma persona o, si no, primos hermanos.

Con todo, lo del porno local es llegar demasiado lejos. Esto de que uno zapee a las ocho de la mañana y se encuentre con un par de cadenas en analógico emitiendo guaiguai chuschús es una cosa que sólo pasa en España y en el ámbito de la televisión local. Lo cual es así porque nuestro país es, globalmente considerado, pero sobre todo en lo audiovisual, un pitorreo de padre y muy señor mío donde todo el mundo ha hecho lo que le ha dado la gana, con especial culpa de unos poderes locales que no sólo sacan tajada sino que la administran. Como no hay ninguna razón que justifique la emisión de contenidos pornográficos en horario abierto, y como tampoco hay ninguna razón que justifique la pasividad de las autoridades en estos casos, lo único que podemos concluir es que ahí hay alguien que ha puesto la mano, la está poniendo, o la pondrá. Sería interesante saber quién.