¿Huelga?
Como decía un viejo autor del siglo XX, un día echa uno un vistazo a su alrededor y siente que de repente le resulta extraño y hostil. Y que todo aquello en lo que confiaba, lo que creyó que constituiría el soporte de sus convicciones, se ha desvanecido, o está a punto de hacerlo. Aunque tampoco es para tanto, claro. Cada día nos vemos obligados a adaptarnos a nuevas complicaciones y a digerir nuevas extrañezas. Eso debe de ser vivir, supongo.
Actualizado: GuardarDe todas formas, una huelga de jueces es una cosa extraña donde las haya. Y suscita suspicacias. 'Jueces' y 'huelga' son palabras enemigas. Verlas juntas provoca una cierta repugnancia conceptual. Uno niega con la cabeza por puro instinto. Es lógico, pues, que la mayor parte de la ciudadanía reaccione con estupor y una curiosa mezcla de indignación y sarcasmo. A mí me pasa. Aunque admito que, desde otro punto de vista, siento a la vez una especie de curiosidad morbosa por ver el modo en que se concreta eso. ¿El poder judicial en huelga? ¿Van a salir a la calle en manifestación vociferando lemas y agitando pancartas? Me gustaría verlo pero no me lo creo. De todas formas, cuando invocamos a Montesquieu para aludir a la separación de poderes, hay que tener presente que, en las democracias modernas, el poder es uno solo y pertenece al pueblo. Y que el pueblo sólo elige al poder legislativo. El hecho de que el poder judicial considere la conveniencia y oportunidad de ponerse en huelga supone un desafío que a mi entender posee un elevado carácter simbólico.
Y probablemente marque un punto a partir del cual no haya retorno, no sólo en lo referente a relaciones entre jueces y políticos, sino también en lo que tiene que ver con el modo en que ambos son percibidos por la ciudadanía. Lo más triste es que al final no nos queda otro remedio que sufrir las consecuencias de sus malestares, de sus desencuentros y de sus luchas, desquites e insidias más o menos vergonzosas. Los jueces constituyen todavía una casta arrogante.
Los políticos también, no digo que no, pero su gran visibilidad mediática les ha curtido mucho en el difícil arte de soportar las críticas y las ironías de la gente. Con todo, como decía antes, no nos queda otro remedio que soportar las consecuencias de sus enfados y a la vez seguir confiando en ellos. En ellos y en los banqueros, por supuesto. Políticos, jueces y banqueros, siempre están ahí. Y nosotros aquí, para pagar todos los platos que rompa cualquiera de ellos.