Con dinero público

Esta Navidad volví a Cádiz después de casi cinco meses fuera. Todo un récord para mis agallas de pescaíto melancólico fuera de sus aguas. Después de tanto tiempo, la ciudad se me apareció bajo una perspectiva nueva, alejada de la que confieren la cotidianeidad y el día a día. En primer lugar vi Cádiz sucia como hacía tiempo que no la veía. Sucia y pobre, cosa que me encogió el corazón. Es obvio que la crisis no es igual en todos lados. O quizá es que aquí siempre estamos en crisis, y lo único que yo constaté fue la enorme diferencia entre el Norte y el Sur-del-Sur...

Sin embargo, lo que se me presentó ante los ojos con tintes verdaderamente exóticos fue otra cosa: Me pareció increíble la impunidad con la que el Ayuntamiento utiliza la televisión local para darse el enorme auto-bombo que se da programa tras programa, anuncio tras anuncio. De veras que a unos ojos que vienen de fuera les resulta hasta grotesco el descaro con el que se promociona el partido gobernante haciendo campaña electoral con dinero público.

Aunque lo que me dejó más sobrecogida fue una visión que se me cruzó por la cabeza el día que, yendo por el paseo marítimo, me topé de cara con una de las archiconocidas vallas «conelayuntamientodecádizsí». No es la primera vez que las veo pero el cambio de perspectiva me las presentó bajo otra luz. Porque de pronto, frente a una de esas vallas, se me vinieron a la cabeza otras, las de La Habana, esa ciudad que es como Cádiz con más negritos, donde el régimen ensalza su dictadura disfrazándola de revolución, con eslóganes tipo «Hasta la victoria siempre» y «Prefiero morir de pie que vivir arrodillado». El paralelismo -salvando las distancias- me dejó aturdida. La misma historia de siempre, el poder aturrullando la mente del pueblo vendiéndole gloria bendita para que olvide su miseria diaria.