La gran Beatriz
Actualizado: GuardarHoy todo me parece una tontería. Qué absurdo que vuelva el viejo estereotipo de la andaluza iletrada. Qué poca importancia tiene la barbaridad que están perpetrando en Jerez con la calle Porvera, la que tenía más vida del centro. Qué minúsculo se ha vuelto el tema gaditano de la Aduana sí, la Aduana no. Cómo de insignificante veo ahora la crisis económica que suma ya 200.000 parados en la provincia.
Nada tiene importancia cuando te llega la noticia de que ha muerto una niña. Estas cosas pasan, dicen los resignados. Pero, cómo puede ocurrir que en tres horas desaparezca una criatura de siete años por una meningitis. La pequeña Bea murió. Así de rotundo, de definitivo. Cuando me dijeron que su madre, la gran Beatriz, había donado sus órganos y que habían salvado a otros seis niños me derrumbé, más preparada para recibir una mala noticia que para creer en el ser humano.
Siempre supe que Beatriz era una persona especial, de esas raras a las que sólo le nacen buenos sentimientos. A pesar de que tenemos la misma edad, ella fue mi alumna en un curso de Formación Profesional en la vega granadina. Y entre todos los alumnos, entre los vecinos de aquel territorio, donde abunda la buena gente, destacaba por su humanidad.
Al contrario que otras, que nacimos y nos criamos entre algodones, ella tuvo un comienzo difícil en la vida. Sufrió varias muertes en su familia y se crió entre un cortijo de Montefrío y Villanueva de Mesía, apoyada por los más allegados, prácticamente sola.
Por eso aún me pareció más llamativa esa falta de rencor, su buen carácter, ese buen humor, sin traumas enquistados, siempre dispuesta a ir hacia adelante. En poco tiempo nos hicimos amigas, para toda la vida. Beatriz, la pequeña Bea y yo pasamos muchas tardes juntas disfrutando de los fríos inviernos granadinos.
Disculparán que hoy todo me parezca una grandísima gilipollez.