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ANÁLISIS

La violencia como tóxico

El maltrato infantil es un fenómeno eminentemente familiar. Es algo que nos disgusta asimilar porque contradice nuestros más nítidos mandatos internos. La familia, el referente social de la protección por excelencia, puede ser también el infierno más silenciado y brutal. El ser humano está más o menos preparado para defenderse de las amenazas externas, de los enemigos. Sin embargo, cuando la amenaza procede del interior, del círculo de seguridad y confianza, la probabilidad de defensa disminuye exponencialmente, al tiempo que crece la severidad de las secuelas producidas para la integridad de una víctima.

ANDRÉS MONTERO
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La niña Alba nos vuelve a recordar que tenemos que ser intolerantes ante la violencia. También, que los efectos que produce un agresor que domina en un ecosistema con víctimas vulnerables son de una potencia tóxica devastadora. El escenario de violencia construido por el agresor ya condenado es aterrador, pero de una definición no por ello menos explicable con el conocimiento que tenemos de la violencia.

El agresor de este caso no tiene misterio alguno. Con toda probabilidad se trata de un sádico psicopático latente que con la nueva relación de pareja encontró el escenario propicio para construir un recinto de dominación a través de la tortura. Alba ni siquiera es su hija biológica y nunca habrá establecido apego con ella. La madre de Alba es, a la luz de los datos, una persona con un acusado trastorno de personalidad por dependencia, convergente tal vez con un rasgo de esquizoidismo que le hace deficiente en establecer relaciones vinculantes más allá de aquellas que nutren su propia necesidad de dependencia. Es difícilmente creíble que el torturador de Alba no ejerciera sobre la madre de la niña un esquema de abuso psicológico.

En todo este asunto, el comportamiento que se nos hace más difícil de asimilar es, precisamente, el de la madre de Alba. Sin embargo, con su perfil de personalidad y sometida a abuso psicológico, la emergencia de un síndrome de indefensión aprendida, con paralización de la respuesta ante un agresor interno al núcleo familiar, y la adopción del modelo mental del violento como explicativo de la realidad que vivían ella y su hija, son bastante probables. Ni está loca ni es irresponsable de sus actos, pero su capacidad de respuesta de defensa hacia su propia hija quizás estaba comprometida.