Madoz, o el talento de jugar por jugar
El estudio madrileño de Chema Madoz debe ser algo así como el desván de Leonardo Da Vinci, pero en versión surrealista. Hay jaulas hechas con alambre de espinas, escaleras con muletas y tijeras que lucen unas bonitas pestañas. El afán del fotógrafo español con mayor proyección internacional por descubrir el universo insólito de significados que encierra cada cosa, lo ha hecho variar sutilmente de modus operandi, aunque no de espíritu. Sigue centrándose en el objeto, pero cada vez apuesta más por la intervención, por la modificación o por la manipulación, hasta el punto de incluir -en sus motivos de inspiración- elementos procedentes de la naturaleza, o de centrarse en la luz como «presencia puramente objetual».
Actualizado:En la exposición que puede visitarse desde hoy en el Palacio Provincial de Diputación, aparecen «las grandes líneas maestras del trabajo» del Premio Nacional de Fotografía, recogidas en 75 imágenes y un audiovisual.
«Más que mi relación con los objetos, ha cambiado la relación de los objetos con su entorno», explicaba ayer en Cádiz. «Ahora lo veo todo de una forma más gráfica y siento que estoy más cerca de la escultura que de la instalación». Le atraen los «objetos que no existen, hasta que no los monto en mi estudio» e insiste en su apuesta por llevar al espectador «hasta lo que hay detrás del efecto sorpresa».
Las fotografías de Madoz encierran mucho más de lo que parecen, al igual que sus objetos son mucho más que objetos. Un cubito de hielo -tallado con las muecas de un dado- que se derrite lentamente, no sólo es un original juego de referencias. Es una idea con mensaje. Aunque quizá la moraleja cambie con sólo mirarla.