LOS LUGARES MARCADOS

La despedida

Treinta años en un hombre, en una mujer, no suponen sino entrar en una segunda juventud, si acaso más reposada que la primera, desde la que quedan lejos aún la jubilación y la ancianidad. Para un patrullero, sin embargo, son muchos: una vida completa. El «Cándido Pérez», a sus casi 32, está ya en capilla para su desguace. Con sus 20 tripulantes y sus dos motores de 2800 CV, que antaño lo reputaban como el más rápido de la costa, ha conocido, qué duda cabe, mejores épocas. Ahora se le ve un tanto desfasado, después de que la revolución tecnológica nos haya cambiado la forma de mirar y subido los niveles de exigencia. Con todo, sigue siendo un veloz contrincante de las olas, y en los últimos años ha cumplido su labor con eficacia y competencia. Y, si el carácter heroico se concediera a una embarcación, al «Cándido Pérez» le correspondería, por su implicación en el salvamento marítimo, el apelativo de «héroe». Pero el tiempo pasa, y más para un patrullero, y sólo unos meses le separan de la retreta.

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El sábado pasado tuve la suerte de navegar en él, con su tripulación de hombres y mujeres amables y profesionales, acompañando la salida de ese prodigio de velas blancas que es el buque-escuela «Juan Sebastián Elcano». Dejando aparte chauvinismos y españolerías (a las que no soy afín, como bien saben mis asiduos), es un espectáculo digno de ver. Todo Cádiz se vuelca para despedir desde el Muelle Ciudad a la hermosísima goleta que pone rumbo a América, conquistadora pacífica y deslumbrante, con todas sus velas desplegadas. Al patrullero casi jubilado le concedieron, quizá como último reconocimiento, el honor de escoltarla. Pero, en el fondo, como los barcos deben de tener su alma, el «Elcano», en esta ocasión, habrá comprendido que el honor era el suyo, por salir al Océano de la mano del veterano, curtido y valiente «Cándido Pérez» en una de sus postreras travesías.