LA TRINCHERA

La parodia

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Fue el profesor Huici, en cuarto de Carrera, el primer valiente al que escuché decir que se pasaba por el forro ese rollo macabeo de la imparcialidad periodística. «Si uno no es capaz de tomar una posición personal ante la realidad, es que no merece contarla», vino a afirmar con ese acento suyo medio argentino y medio andaluz, que le restaba todo atisbo de presuntuosidad. Es experto en publicidad y propaganda política, versiones aproximadas del periodismo.

Cada vez que un asunto peliagudo salta al papel de prensa, dos legiones distintas de palmeros y plumillas del aparato hacen lo que les toca, previsibles hasta la vergüenza ajena. No hay margen para la disensión o el matiz. Los bandos están tan delimitados que podríamos adivinar a quién vota cada profesional reconocido de este país, de dónde bebe sus fondos cada cabecera importante y con qué político cena cada director.

Los nuevos formatos de tertulias políticas no hacen otra que aprovechar el filón. En todas las cadenas han adoptado el modelo masacre para hacer proselitismo de forma más o menos disimulada.

Fichan a tres polemistas de su cuerda y le colocan enfrente a un pobre sparring del signo contrario que se limita a dejar que lo apaleen, sin tiempo para responder. La manipulación sigue maquillándose de supuesta pluralidad. Cada vez da más pereza leer un artículo, encender la tele o poner la radio. A muchos periodistas, como ocurre con los médicos o los abogados, habría que retirarles el título y condenarlos a no ejercer después de un determinado número de faltas.

Basta de combates amañados. Basta de peones de brega, de aplaude señoritos, de lamebotas y de aspirantes a la cartera. Basta de rebeldes institucionalizados y de rojetes a nómina. La parodia cansa. Es imposible creerse a uno sólo de esos torpes personajes.