AL FRENTE. Un militar judío cruza la frontera con Gaza. / AP
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Estampas de Chechenia

Israel repite en Gaza la estrategia que Moscú utilizó en Grozni. «No hay que dejar piedra sobre piedra», afirma el ministro del Interior

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Hay en los campos de refugiados calles que ya no existen. Manzanas reducidas a cráteres cuyos habitantes han muerto entre los escombros. O huyeron a refugiarse en Gaza capital, espoleados por las amenazas de Israel de un bombardeo inminente sobre sus casas, de cuyo estado nada saben porque no pueden ir a verlas. Probablemente, sus enseres de toda una vida, las fotografías irrepetibles, las herencias, se hayan desintegrado pasto de un misil. En la Franja, siempre en conflicto, ha sido una imagen recurrente ver a los niños pasar días entre los restos de edificios aniquilados una y otra vez por la aviación hebrea a la busca de un lápiz roto que llevarse al bolsillo, un trozo de cañería, una camisa hecha trizas o la manilla de una ventana. Ahora nadie canibaliza los restos de las casas de los otros porque en la Gaza fantasma de los tanques es mejor no asomar la nariz por la puerta.

«Va a costar años restaurar esto», confesaba ayer un alto oficial a los medios locales de Tel Aviv. En Beirut, acariciada por los petrodólares de los emiratos árabes hermanos, el dinero todavía no ha dado de sí para levantar los barrios chiíes de Haret Hreik y Shiya, devastados por el Ejército de Tel Aviv en 2006 en su lucha contra Hezbolá. En la Franja, donde el Estado judío no permite ni introducir cemento, la tierra quemada urbana va a seguir siéndolo durante mucho tiempo. El paisaje de Gaza ha sido siempre de polvo sobre polvo, pero ahora debe tener ya el aroma de un cementerio. Entre otras cosas, porque ayer se contaban ya 702 muertos.

La Franja se parece cada vez más a Grozni. De que Israel ha barajado la opción de arrasar Gaza en su castigo dan cuenta las palabras del ministro del Interior, Meir Sheetrir, reclamando que el Gobierno «se decida pronto». «No hay que dejar piedra sobre piedra» con tal de acabar con Hamás, afirma. Triturar el territorio, con todo lo que en él queda en pie, ha estado encima de la mesa del Gabinete de Ehud Olmert, con lo que ello implica de desprecio para la vida del millón y medio de personas que residen dentro. Pero como en Chechenia, donde Vladímir Putin masacró a los civiles para aplastar la secesión utilizando todo su potencial de guerra casi al límite de las capacidades nucleares, el Gobierno judío y su Ejército saben que Hamás no se rendirá.

Casa por casa

En aquel aciago aplastamiento a degüello de Grozni, sin respeto a ninguna ley de guerra, la maquinaria bélica de Moscú mató peldaño a peldaño, casa por casa, barrio por barrio, tratando de acabar con los independentistas chechenos. Las peores cifras dicen que se recogieron 300.000 cadáveres. Hoy la república tiene un Gobierno proruso, pero la rebeldía de los combatientes no ha terminado. El odioso crimen de niños en la Escuela Número 1 de Beslan, en Osetia del Norte, sirve para ilustrarlo. Fueron chechenos quienes la ocuparon. Fueron rusos quienes aplastaron a los terroristas sin mirar quién estaba junto a ellos.

Hamás también jura que mientras haya ocupación habrá resistencia. «¿En el nombre de Dios creemos que Israel podrá ganar donde Rusia falló?», se preguntaba ayer el diario judío 'Ma'ariv', a vueltas con lo necesario que sería recordar ahora las lecciones de Chechenia.