Un valle seco convertido en frondosa vida
La avenida de Vallesequillo, que este año ha cumplido cuarenta años, ya forma parte de los barrios con solera
Actualizado: GuardarLa avenida de Vallesequillo tiene dos partes bien distintas. Una que da a las vías del ferrocarril y otra más habitada que está en el barrio de los inconfundibles bloques grises. Comienza en el puente de Cádiz y acaba en la estación de autobuses. Se agranda por un lado y se achica por el otro extremo. Si en lugar de vías pasara un río, la avenida de Vallesequillo sería algo así como la calle Pureza traída desde Sevilla a Jerez. Pero Vallesequillo también tiene su personalidad, y su forma. Y tampoco le ha hecho falta un río para contar con su sello propio.
En el año 1968 se dieron estos pisos que en la época era algo así como un lugar residencial para clases elevadas. Los vecinos cuentan que cuando se dieron las llaves de los pisos lo que abundaban eran médicos, abogados, enfermeros o secretarios judiciales. «Yo contaba que me había comprado un piso en Vallesequillo y la gente me daba un golpecito en la espalda y me felicitaban porque la vida me iba bien», comenta un vecino que forma parte del reducido núcleo de los pioneros. Aquellas personas fueron buscando otros lugares, pero el barrio no ha perdido, en cierta forma, ese marchamo de barrio alto, de gente trabajadora y seria.
Nadie se queja del vecindario. «Es un barrio estupendo. Tienes el centro a un tiro de piedra y la salida de la ciudad por el otro extremo a un paso. Estamos en un lugar de privilegio», subraya el vecino de toda la vida.
Aunque el tren pasa cerca, ya no se escuchan los soplidos de las locomotoras. Todo eléctrico y todo silencio a la espalda de la avenida. No obstante, la avenida es un auténtico hervidero de vecinos que vienen y van. «Esto es como una pequeña ciudad. Lo tenemos todo», subraya el chico del estanco. Un vecino que guarda puerta en el establecimiento asiente convencido. «Buenos comercios, buenas carnicerías y buena pescadería», comenta tras un breve respiro.
Fruto del mar
En la pescadería del jerezano Manuel Méndez hay muy buen ambiente. Las fiestas navideñas acompañan para permitirse en lujo y hoy hay nécoras, estupendas cigalas y algunas vieiras gallegas. Pescados de la Bahía que parecen salirse del mostrador que Soledad ha montado. «Tú ve preguntado y ya te iré yo contestando como pueda», comenta Soledad que está al pie del cañón. Las acedías frescas y unas merluzas largas y carnosas, blancas como el nácar, parecen estar diciendo a la clientela que ellas pueden ser las protagonistas de una cena de fin de fin de año. Pero como los chicos de la pescadería no dan abasto, será mejor que sigan atendiendo cuando todos parecen haberse puesto de acuerdo para comprar los frutos del mar.
Justo en la esquina está el bar de Los Melli. Hay buen ambiente en el establecimiento. Don Manuel Chinchilla está como siempre ocupando su mesa en el bar. Su copita y un cigarrito cuando se apetezca. «Es cliente fijo», comenta un señor que apura una copa de oloroso.
Los Melli
José Antonio y Francisco Manuel Díaz son los hermanos mellizos que regentan el bar desde hace al menos diecinueve años. «Siempre hay buen ambiente en el bar. Estamos especializados en desayunos. Damos unos cuantos todas las mañanas», comenta José Antonio, que anda de un lado a otro del mostrador. El bar es un clásico de la Cuaresma. «Ya quedan pocos días para que comiencen a sonar las marchas de Semana Santa. Porque aquí, cuando comienza la Cuaresma, sólo suena música cofradiera», explica.
Manuel Chinchilla sabe lo que se le avecina dentro de poco. Parece que ha recordado los viejos tiempos y agrega que «cuando hice la mili yo tocaba la corneta. Nada de llaves ni pistones. A pleno pulmón y a sacar las notas».
Al fondo, los carteles cofrades que el bar ha sacado en los últimos años. La Piedad o El Prendimiento, entre otros.
Queja
El Prendimiento parece estar mirando el exterior de la calle. Afuera, la avenida mantiene un gran tránsito de coches durante el día. No paran de entrar y salir por los escasos aparcamientos. Si en algo fallan los pisos de Vallesequillo es que no tienen aparcamientos subterráneos. «Yo creo que ahí el arquitecto falló», comenta un vecino. ¿Quién se iba a imaginar que el parque móvil de la ciudad iba a aumentar diez veces más? Los arquitectos deben de ser buenos en su profesión, pero quizá pedirles que puedan predecir el futuro sería demasiado. El caso es que desde hace unos años, en la avenida se estacionaba en batería. Aún así, los aparcamientos escasean. En el bar un vecino participa en el debate y comenta que «hay días que tienes que estar media hora esperando a que alguien salga para coger un sitio. Es lo único de lo que nos quejamos», afirma.
Por lo demás, el barrio mantiene un genial aspecto. En la papelería de Pepe ratificamos estas impresiones tan positivas. Pepe, que lleva ya algunos años al frente del comercio de prensa y revistas, añade que «es un gran barrio. Aquí casi todos nos conocemos. Afortunadamente tenemos mucha suerte en vivir en una zona tan buena».
A este barrio tan jerezano, tan sólo le hubiera hecho falta que en lugar de las vías del tren en el valle hubiera pasado un río. Quizá hubiera sido el corazón de la ciudad. Pero se quiera o no, este valle está seco de agua. Quizá por eso se llama Vallesequillo. Con río o sin él, la avenida tiene personalidad propia. Sus cuarenta años de vida le han dado su propio sello. Los vecinos del barrio, al menos, así lo creen. Y esto es la antesala para que el barrio forme parte de los que tienen y mantienen esa solera fina que en algunos rincones es la ciudad de Jerez.