CRÍTICA DE TV

Viena

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un millón seiscientos mil españoles estrenaron 2009 viendo el concierto de Año Nuevo desde Viena. El 25,6% de la audiencia. O sea que no todo está perdido. Esta vez lo dirigía Daniel Barenboim, que se prodigó en rasgos de humor y guiños cómicos; nada más apropiado para ese encantadoramente frívolo pastel de crema que es el concierto de Año Nuevo. En los comentarios estaba, por parte de TVE, Pérez de Arteaga, un viejo conocido de los aficionados de Radio Clásica. Pérez de Arteaga es ese tipo de comunicador que fascina a unos, por sus conocimientos, y disgusta a otros, por su pedantería; en consecuencia, omitamos el juicio y limitémonos a la descripción.

Lo fundamental: por encima de crisis y avatares, más allá del paso del tiempo, el concierto de Año Nuevo desde Viena se ha convertido ya en una tradición televisiva indispensable. Tradición que por sí misma basta para disipar toda la chabacanería que con tanta frecuencia nos inunda en los telefestejos de cambio de año. Hace la friolera de dos decenios TVE-1 decidió vestir la Nochevieja de pedos. Sí: pedos. Fue un programa de Javier Gurruchaga. Se escenificaba una cena de alto copete, y fue en ella donde la distinguida concurrencia prorrumpió en sonoras ventosidades, aún no sé si reales o fingidas. Entre los expelentes estaban Marisa Paredes y Ana Obregón, aunque el pedo más comentado fue el del finado Antonio de Senillosa, que oficiaba de derecha progre en aquella España tan lejana. Pero al día siguiente, Rafael Taibo, que presentaba el concierto vienés de Año Nuevo, se permitió ciertas críticas aceradas sobre el meteorismo gurruchaguiano que fueron comentadísimas, porque no era habitual que desde TVE se criticara a TVE. A la historia pasó el pedo de Senillosa; no así el de Marisa Paredes, aunque luego ésta llegó a presidir la Academia del Cine español. En cuanto al pedo de Ana Obregón, en realidad no fue tal.

La cuestión es que de este episodio apenas nadie se acuerda ya. Por el contrario, el concierto de Año Nuevo en Viena sigue vivo y, más aún, nadie imagina que un día pueda desaparecer. La permanencia distingue al clásico. Una ventana de alivio.