Un presidente en El Corte Inglés
Actualizado:Hasta comienzos de enero, el presidente del Gobierno español vuelve a descansar en Doñana, un parque nacional que frecuenta desde su llegada a La Moncloa y en donde ha vivido momentos inolvidables, desde el dolor por los atentados de ETA en la T-4 de Barajas, que supuso el fin de la última esperanza de paz en el País Vasco, a la resaca de las últimas elecciones: allí, durante la pasada Semana Santa, fraguó su nuevo Gobierno y tras degustar las torrijas que le regalaron sus compañeros socialistas preguntó a la alcaldesa de Sanlúcar, Irene García, por Bibiana Aido, la candidata al Parlamento de Andalucía de la que tanto le había hablado Alfredo Pérez Rubalcaba.
Ocurrió el pasado domingo, día de los inocentes: la imagen de José Luis Rodríguez Zapatero en El Corte Inglés, quizá como reclamo indirecto al aumento del consumo en estas fiestas para que el comercio no se vaya al traste con la crisis, será probablemente lo más próximo que estaremos en España a aquellos versos de Mario Benedetti que añoraban países donde los presidentes anduviesen sin capangas; esto es, sin guardaespaldas. Los de ZP andaban cerca, eso sí, pero la clientela de esos grandes almacenes en Jerez se sorprendió lo suyo al verle comprar tres libros: El viaje del elefante, de José Saramago; Los objetos nos llaman, de Juan José Millás; y Un arco iris en la noche, de Dominique Lapierre. No sólo por ese hecho casual sino porque todavía alguien lea en la España de Torrente.
También José María Aznar lo hacía, incluso libros de poemas que dicen que le sugería Luis Alberto de Cuenca. O Felipe González, amigo de Gabriel García Márquez y que esta navidad no se dejará caer presumiblemente por tierras gaditanas, ni por Castellar donde vive su hijo, ni por Jimena donde cuenta con la discreta compañía de algunos íntimos para recorrer Los Alcornocales. Tanto González como Aznar ya usaron Doñana como su Camp David particular: su posición geográfica permite albergar grandes garantías en materia de seguridad. El primero prefería usar las instalaciones de la Estación Biológica o el Palacio de Doñana, próximo a Matalascañas, pero el segundo se mudó a Las Marismillas: diez habitaciones con baño propio y tres personas a cargo de la casa, salvo en ocasiones especiales, como cuando el presidente conservador convidaba allí a sus homólogos Tony Blair, Alvaro Uribe, Lionel Jospin, Vicente Fox o Andrés Pastrana.
Zapatero prefiere la discreción familiar: su esposa Sonsoles Espinosa -que esta vez ha demorado su llegada al encontrarse de viaje en Nápoles donde actuaba con el coro de la Capilla Real de Madrid¯y sus dos hijas, Laura y Alba, así como la presencia ocasional de otros familiares, como su padre, Juan Rodríguez, que fuera director de los servicios jurídicos del Ayuntamiento de León y decano del Colegio de Abogados en dicha provincia: dicen que a ambos les gusta la manzanilla de Sanlúcar, eso sí, con moderación. Este año, sin embargo, será la primera Nochevieja en la que noten la ausencia de la madre de Sonsoles, fallecida meses atrás.
En la actualidad, si bien el Parque es gestionado por la Junta de Andalucía, el Palacio de Las Marismillas -en realidad, un antiguo caserón de labranza-- es de titularidad estatal y uso estrictamente protocolario, en un entorno natural de especial protección y cuya extensión se aproxima a 10.500 hectáreas de terreno, con una playa virgen al margen de la desembocadura del Guadalquivir. Cuando el lugar era coto de caza, allí celebraron batidas Alfonso XIII y Francisco Franco: ZP prefiere la música y la lectura, aunque también se le ha visto correr por los alrededores. Eso sí, suele llevarse trabajo a casa -esta vez, presupuestario-, que resuelve en función de la urgencia de cada caso con un estrecho equipo de colaboradores, algunos de los cuales permanece cerca y otros que se reparten por hoteles gaditanos de Chipiona y Sanlúcar principalmente.
Durante su estancia en Doñana, Zapatero se ha vuelto a dar un baño de multitudes al inaugurar poco antes de la Nochevieja la nueva sede del PSOE en Sanlúcar: sus relaciones con la alcaldesa son excelentes, desde que le sorprendiera su naturalidad cuando hace años al pasear por la ciudad, ella no tuvo la más mínima duda a la hora de sentarse en un banco a dar el pecho a su recién nacido. Esta vez, el presidente ha vuelto a usar esa puerta para acceder al Parque a bordo de la barcaza que habitualmente cruza el río: en las vacaciones de verano, prefirió utilizar la entrada por Almonte, aunque volviera a dejarse ver por Bajo de Guía, donde suele preguntar por su familia a los camareros que le atienden en el Mirador de Doñana y en Casa Bigote: le pirran, eso cuentan, las tortillas de camarones.
Tan próximo a Rota, ojalá la proximidad de la superbase ilumine su espíritu. Sobre todo, en vísperas de que Barack Obama, con quien tanto quiere, releve en la Casa Blanca a George W. Bush, con quien tanto odia. Sus vecinos de Cádiz no verían con buenos ojos que esas instalaciones volvieran a utilizarse masivamente para nuevos movimientos de tropas estadounidenses en el creciente polvorín de Oriente Próximo.