De París a Praga
Actualizado: GuardarNicolas Sarkozy ha llegado al final de su presidencia europea después de seis meses trepidantes tanto por el ritmo que se ha impuesto a sí mismo en sus tareas comunitarias como por la magnitud de la crisis económica que condiciona cualquier iniciativa política pasada y futura. Hay razones para afirmar que ha ejercido una presidencia de corte nacionalista, pero también para apreciar sus aportaciones europeístas -si no te gusta lo que hace el contradictorio Sarkozy, espera cinco minutos-. El balance es importante en vista de la mucho más modesta y euroescéptica presidencia checa que se ha iniciado con el nuevo año.
En todo caso, es necesario relativizar primero, en cierta medida, la disyuntiva nacionalismo-europeísmo. Una de las mayores virtudes de la integración es que el modelo está pensado para fomentar la compatibilidad entre lealtades nacionales y aspiración europea. Por eso el verdadero europeísmo siempre tiene conexión con los intereses nacionales, reformulados con espíritu de solidaridad y guiados por una visión atractiva a largo plazo. Cualquier presidencia semestral, por lo tanto, formula objetivos y prioridades desde su sensibilidad nacional y teniendo en cuenta su situación doméstica y su electorado. Luego, las normas, las instituciones y los procedimientos de toma de decisión constriñen y modulan estos intereses para agregar muchos otros y lograr una síntesis aceptable para todos o casi todos.
Por otra parte, el elevado número de iniciativas lanzadas a toda velocidad y con notable improvisación por Sarkozy complica el balance. En el lado positivo se puede apuntar su rapidez de respuesta para contribuir a resolver la crisis de Georgia. Asimismo, en la lucha contra el cambio climático, el líder francés ha impulsado un nuevo acuerdo de enorme ambición. En el terreno de las medidas contra la crisis financiera y económica ha conseguido, al menos, mantener la apariencia de una acción concertada europea, aunque en el fondo la UE, con su incompleto gobierno económico, haya servido sobre todo de foro para la discusión y la comparación a posteriori de las dispares medidas nacionales, muchas de ellas contrarias a los principios europeos de regulación del mercado.
En el lado negativo, Sarkozy ha dejado muy dañada la estratégica relación París-Berlín, a pesar de sus exageradas declaraciones públicas de aprecio por Angela Merkel. El presidente francés ha cuestionado abiertamente la arquitectura institucional del euro, en un momento en el que los alemanes pensaban que lo que hacía falta era reforzar sus reglas y no abrir un debate de consecuencias imprevisibles, y ha apostado por una Unión por el Mediterráneo de la que Alemania, en principio, aparecía excluida. En el contexto de una Europa de 27 socios, la mentalidad de Sarkozy es bastante contraria a la toma de decisiones por mayoría y su orientación es mucho más personalista e intergubernamental que la de Merkel. En parte por ello se ha entendido tan bien con el resucitado primer ministro británico, Gordon Brown. Finalmente, Sarkozy ha aplazado la gestión de la crisis política abierta por el 'no' irlandés al Tratado de Lisboa con una remisión a un segundo e incierto referéndum en otoño y con concesiones perjudiciales para la eficacia de la integración europea, como la aceptación del principio de un comisario por Estado.
Los checos toman ahora el testigo con un planteamiento de presidencia semestral más modesto que el del hiperactivo líder francés y una orientación en la que primará la economía sobre la política. Todo indica que el jefe del Gobierno, el moderado Mirek Topolánek, llevará la voz cantante frente al conocido euroescéptico Vaclav Klaus, cuyo cargo como presidente de la República le permitirá hacer muchas declaraciones pero no tanto ponerlas en práctica. Sarkozy se ha despedido de la UE anunciando que seguirá proponiendo iniciativas, como si la distancia entre París y Praga no fuese de 1.045 kilómetros.