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Berlineses
'Berlín. Ciudad de humo' del norteamericano Jason Dutes describe la tumultuosa vida de la capital alemana en vísperas de la llegada del nazismo al poder
Actualizado: GuardarJason Lutes acaba de publicar el segundo volumen de su trilogía sobre el Berlín de las postrimerías de la república de Weimar. La edición española de Berlin: Ciudad de humo (Astiberri) ha llegado a las librerías casi al mismo tiempo que la original del sello canadiense Drawn & Quarterly. La obra merece tal prontitud editorial, aunque ésta apenas alivia una espera sin remedio larga. Dadas sus dimensiones -tres libros que suman 600 páginas- y la minuciosidad con que la concibe y dibuja, Lutes la va completando muy lentamente. El primer libro, Berlín: Ciudad de piedras, se publicó en castellano en 2005, el segundo lleva fecha de 2008 y el tercero se hará esperar sin duda unos años.
Pero la obra vale la espera. El dibujante norteamericano va trenzando un complejo tapiz narrativo cuya densidad justifica el tiempo y el esfuerzo que le dedica. El hilo con que lo anuda parte de la escena inicial del primer libro: en un tren camino de Berlín, en septiembre de 1928, se conocen un periodista, Kurt Severing, y una estudiante de arte, Marthe Müller. Ambos desarrollan luego una intensa relación, cuyos altibajos se prolongan en este segundo libro, pero la llegada de la joven Marthe a la capital da lugar a un descubrimiento de su densa y tumultuosa vida urbana que el lector comparte con ella página a página. Significativamente, Kurt Severing cambia de asiento por no aguantar a unos nazis y, en el mismo compartimento del tren en que encuentra a la muchacha, dormita un camisa parda. Lutes hizo presentes de inicio las tensiones políticas que habían de conducir al país a la catástrofe, pero determinó que parecieran aletargadas, que afectaran sólo ocasional y tangencialmente a las vidas de sus personajes.
Su proyecto narrativo es el de una obra coral, que presta atención simultánea a muchas vidas que se cruzan o enredan sin que, a menudo, los personajes se den cuenta. Vimos ingresar en el primer libro a los condiscípulos de Marthe o a la modelo que posa para ellos, que en este segundo une su destino al de los Cocoa Kids, los músicos negros de jazz que tocan en el cabaret donde trabaja. Uno de dichos condiscípulos arrojó por la ventana un dibujo que pisó en la acera una apresurada Gudrun Braun, madre de tres hijos, que luego se separará de su marido, afiliado a las milicias nazis, y será una de las treinta y tres víctimas de los disparos de la Policía durante la manifestación obrera del Primero de Mayo de 1929.
Vidas y muertes
El destino de los hijos de Gudrun tras su muerte, en particular el de la mayor, Silvia, es uno de los motivos principales de esta nueva entrega. Marthe Müller habita sin saberlo junto al solar en el que muere de frío el veterano de guerra que compartió sus últimos momentos en la trinchera con su hermano Theo, muerto en la gran guerra. Así, mediante coincidencias propias de la gran ciudad, Lutes entrelaza destinos, vidas y muertes, en una cuidada reconstrucción de la capital cosmopolita y convulsa que vio la caída de la república de Weimar y la ascensión del nazismo al poder absoluto. Sus historias transitan por callejas, cafés, cuarteles, casas de vecindad, redacciones, mansiones y arrabales, que dibuja con la cuidada precisión de un enamorado del dibujo claro y bien documentado.
El segundo volumen de 'Berlín' se desarrolla entre junio de 1929 y septiembre de 1930. Lo cierra la victoria en las urnas del partido nacionalsocialista, pero en este tomo, como en el anterior, los acontecimientos políticos -aunque la profesión y las inquietudes de Kurt Severing, periodista de izquierdas, no permiten que los ignoremos- sólo asoman al relato cuando afectan a las vidas y las relaciones cotidianas de los personajes. Lutes narra, pues, los prolegómenos de la barbarie a través de las existencias anodinas, trágicas o absurdas de las gentes que nunca protagonizan la Historia. Aunque su relato esté salpimentado de presencias notables, nunca las anuncia: Josephine Baker canta en un cabaret o Goebbels pronuncia el discurso fúnebre por el asesinato de Horst Wessel, pero sólo los identifica el lector que se lo proponga, porque su papel en el relato es menor que el de los protagonistas humildes. Éstos tienen nombre propio, una vida familiar, pasiones o miedos, una trayectoria vital, en suma, que seguimos en sucesivos tramos a lo largo de esos años. El destino de los pequeños y humildes, de las víctimas de la Historia, es de modo consistente el núcleo del relato.
Berlín es un cómic que se complace en explorar posibilidades del medio. Ningún lector debería pasar por alto, pongamos, las páginas mudas en que Lutes recrea visualmente el ritmo del jazz de los Cocoa Kids (páginas 29-32). Pero es sobre todo una obra reflexiva, que se interroga acerca del sentido del relato histórico. Una de las decisiones más sorprendentes del autor, dada la época que retrata, es la de no dibujar nunca la esvástica: los brazaletes de los camisas pardas y las banderas de sus desfiles, que van prodigándose en sus viñetas, presentan siempre un círculo vacío en su lugar. Lutes piensa que la cruz gamada está tan cargada de significados que impediría al lector atender a las motivaciones de los personajes, es decir, al relato mismo. Esta manipulación gráfica, más chocante aún en un relato tan meticulosamente fiel a la documentación visual en que se apoya, resulta a la postre eficaz: en la obra, hasta los militantes del nazismo rampante parecen seres humanos contradictorios, sufrientes o conmovedores.
Tono reflexivo
Kurt Severing y Marthe Müller contribuyen a hacer explícito el tenor reflexivo de la obra, pues cada uno de ellos cuestiona sus propios esfuerzos creativos. La muchacha se pregunta de qué sirven los retratos que ha esbozado durante las entrevistas de Severing si no cuentan la historia de sus sujetos, si les falta una voz que la narre. El periodista, por su parte, concluye que escribir es un ejercicio inane, que tan sólo añade más palabras muertas al caudal de lemas, canciones y ruido que abruman el aire de su ciudad. Tales dudas -¿faltan las palabras o acaso sobran?- dotan de resonancia y hondura a un relato fiel a las amargas contradicciones de una época.
Como buena novela histórica, Berlín combina ficción y realidad, pero, aún inconclusa, se muestra ya como un relato que no acude a la coartada fácil del detalle real o del acontecimiento documentado, sino que busca su sentido en contar las historias de quienes no cuentan para la Historia.