La esperanza razonable
Actualizado:Usted y yo sabemos que la esperanza es, junto a la fe y la caridad, una de las tres virtudes teologales. También sabemos que no es aconsejable ponernos a catequizar por tres contundentes razones: el susofirmante no sabe de teología más que de dinámica parmenídea, usted no tiene tiempo ni ganas de que le adoctrinen y nos desviaríamos de la especie. La cosa es que el presidente del Gobierno dijo el viernes tras el último Consejo de Ministros del año que, a pesar de la previsible destrucción de empleo de los próximos meses, tiene la esperanza razonable de que esto cambie en la segunda mitad del año. Hagamos un ejercicio de proyección (o cómo diantres venga a llamarse esto). Un poner, digamos que es usted un profesional de la construcción. Tiene un tabique a la mitad y se ha quedado sin ladrillos; pero tiene la esperanza razonable de que, tarde o temprano, alguien traiga más ladrillos. Y eso a pesar de que debería ser usted quien los procurara.
No parece muy prudente pensar que vendrá alguien a hacer su trabajo, máxime cuando le pagarán a usted y no al que interviene para hacer lo que usted debería. Tampoco es justo que sea otro quien lo haga, por las mismas razones que acabamos de indicar y porque el machaca que hace lo que le toca a usted no es tonto y acabará -con toda lógica- por llamar la atención al respecto, lo que le dejará a usted como a un jeta y un impresentable. Con esta conducta también se mostraría usted como un sujeto carente de toda templanza, incapaz de moderar y contener su voraz apetito por la molicie -que es una forma muy fina de decir que sería usted un flojo de aupa-. Y no mucha más fortaleza haría ver que tiene al permitir que venga otro a hacer lo que le toca hacer a usted, que tiene la esperanza razonable de que acaben por llegar los ladrillos. A estas alturas ya se preguntará usted ¿Y no eran los gobiernos los que tenían que arreglar el sindiós este de la crisis?