Las 'circunstancias' de los Castro
Antiguos vecinos de los hermanos que han gobernado Cuba en el último medio siglo recuerdan sus infancias en la hacienda familiar de Birán y sus primeros pasos políticos
Actualizado:«Soy yo y mis circunstancias», decía José Ortega y Gasset. Hoy no hablaríamos de Fidel y Raúl Castro sin 'sus circunstancias'. Una de las más remotas hay que buscarla en la finca Manaca, en el municipio oriental de Birán. Allí nacieron, asistidos por una comadrona, «los muchachos» y sus hermanos, fruto de los amores de Ángel Castro Argiz y Lina Ruz González. Él era un gallego pobre, nacido en 1875 en Láncara (Lugo), luego devenido en rico hacendado. Ella lo encandiló siendo una joven criada que ayudaba a su madre a lavar ropas ajenas.
Ningún letrero señala hacia Birán. Se accede por una carretera comarcal con baches cada dos por tres. El camino está salpicado de caseríos, pequeños pueblos, gente en la carretera esperando o pidiendo botella (autostop), el paso de un autobús y las vías de tren que antes servían para transportar caña -el motor de la economía- y ahora sólo son una molesta nervadura del terreno que acaba con los amortiguadores. Salvo por algunos detalles de modernidad -una señal y algún coche- se diría que el tiempo se detuvo allí hace cincuenta años.
En una bifurcación, temiendo perdernos entre extensos campos de caña, preguntamos por «la casa de Fidel». Un hombre señala el camino sin titubear ni preguntar qué Fidel. Ante la vista se alarga un ancho camino de tierra flanqueado por más caña y surcado por más raíles de hierro. La primera impresión es de sorpresa porque los hermanos que durante medio siglo ininterrumpido han gobernado Cuba jamás construyeron una carretera para llegar a su pueblo.
Ocho kilómetros más adelante aparecen varias edificaciones de mampostería cuidadas con esmero. De nuevo, hay que averiguar el rumbo. Unos metros más adelante aparece el lindero de la propiedad y tras él, un cordón de seguridad corta el paso del coche, que queda aparcado a un costado, muy cerca de unos baños públicos encalados donde los mosquitos son sus usuarios más pertinaces. La hierba está húmeda y no hay aceras ni caminos que lleven hasta las viviendas. Antonio López Herrera, historiador de Birán, explica que es uno de los lugares de la isla con niveles más altos de pluviosidad, hecho que agradó a Ángel Castro porque le recordaba a su terruño.
Unos pocos hombres de pantalón verde olivo, presumiblemente agentes de la seguridad, cuidan las instalaciones, ahora vacías, que de vez en cuando visita Raúl con algún invitado. Según residentes locales, el general está más apegado a la tierra que lo vio nacer que su hermano Fidel. Ambos estudiaron desde los 6 años en internados religiosos y sufrieron las diferencias de clases y el hecho de estar inscritos como hijos de madre soltera hasta 1943, cuando su padre renunció a la ciudadanía española, se divorció de su primera mujer (con la que procreó cinco hijos y llevaba veinte años separado) y registró su unión con Lina para dar sus apellidos a sus ya crecidos retoños.
Idea obsesiva
En el pueblo de Birán, especialmente los viejos, sonríen los ojos al hablar de los Castro. «Fidel era un muchacho que pensaba siempre en la revolución, en derrocar la tiranía de Batista, en que esto cambiara, con un sistema de vida distinto», cuenta Juan Socarras, de 87 años, que fue hombre de confianza de Ángel y Lina.
Tanto que hasta guardaba la llave de la caja de caudales. Dice que en una ocasión, cuando ya preparaban la lucha armada, Raúl se la pidió. Él se resistía. El joven imberbe le preguntó si «sabía si en ella había balas y unos cartuchos de escopeta. Vamos a atacar Holguín o Santiago de Cuba». Le contestó: «Mira Raúl, mejor Santiago, porque está más cerca Sierra Maestra». Poco después tomaron el cuartel Moncada.
En su casa de madera despintada, acompañado de su hija y un nieto, Socarras desgrana recuerdos: «El viejo pagaba con vales. Un día Fidel, ya en la universidad, le dijo: 'Papá, ¿por qué tú das con vales y no dinero? Y él le dijo: 'Chico, ¿con qué te voy a mandar a estudiar? Tengo que buscar la manera de mandarte a estudiar'».
Pero «Fidel era el niño lindo del viejo. El único que comía con él», añade el hombre, que, pese a todo, quiere que «siga la revolución pero que haya un cambio radical en cosas como la alimentación, que hubiera otras mejoras en las condiciones de vida». De Raúl, «este muchacho que está ahora», sostiene Socarras, «atesora más agarre que el otro (Fidel). Le preocupa más el sistema alimentario que al otro, al que le gustaba más la política». «Él amarra más y tiene más puntualidad en las cosas. Le pido a Dios que le ayude», continúa. «Eran buenos muchachos. A Raúl le gustaba tomar su traguito. Fidel hacía sus bellacadas como cualquier muchacho, pero siempre estaba pensando en la revolución», afirma. Para Felipe Domínguez, un negro de 77 años que trabajó en la finca y cortó caña con Fidel durante una semana en 1965, «el comandante es el papá de todos los pobres, porque Fidel nos lo ha dado todo».
Por su parte, López Herrera, cuyo abuelo -también gallego- fue el único que recibió tierra regaladas por Ángel, dice que el padre de Fidel «fue un gallego extremadamente humano» incapaz de «cenar si sabía que sus trabajadores no tenían comida», aunque adquirió porte de hacendado. Montado a caballo, con traje de lino y pistola al cinto, acabó por conquistar a Lina.
Sus vástagos tuvieron desde la cuna las comodidades de los hijos de terrateniente, aunque eran ilegítimos. Los chicos pasaron su infancia jugando y estudiando junto a la descalza prole multicolor de empleados y braceros en la propiedad de la familia Castro-Ruz, a medio camino entre Santiago de Cuba y Holguín, rodeada de campos de caña y pastizales, resguardada por las estribaciones de la Sierra Cristal y muy cerca del cauce poco profundo del río Manacas. Según el historiador biranero, Fidel «ha heredado de Ángel los pares de cromosomas de la memoria, de la inteligencia y el ser previsor». A Raúl lo define como «muy chivador». «Muy juerguista dirían ustedes. Era muy criollo y se le veía la cubanía. Era expresivo, jaranero, que le gustaba practicar la amistad verdadera», agrega. También disfrutaba con las peleas de gallos, ahora prohibidas oficialmente.
«Cuídame a 'Titín'»
Ángel Castro no pudo ver los éxitos de sus hijos. Murió en 1956, cuando preparaban en su exilio mexicano cómo acabar con la dictadura del general Fulgencio Batista. Antes de fallecer le dijo a Ramón 'Mongo', el que más cerca está del campo: «Lo único que te pido, hijo, es que me cuides a Titín (Fidel)», afirma López.
Tampoco presenció la visita de Fidel del 24 de diciembre de 1958, una semana antes del triunfo. El historiador local cuenta que «Lina se puso un poco brava al ver que toda la gente pasaba al naranjal» después de que Fidel les dijo a los campesinos que le vieron nacer y crecer que se acercaban a saludarlo porque «la finca era de todos». El enfado de la madre fue mayúsculo cuando el ya comandante anunció la reforma agraria y que la primera finca en ser entregada -«no intervenida»- al Estado era la de su familia. En Cien horas con Fidel afirmó que ella «aceptó sin amargura y el reparto de aquellas tierras, a las que sin duda amó».
Sin embargo, Norberto Fuentes, en una época cercano colaborador de los Castro y ahora férreo enemigo desde el exilio, dijo que Lina recibió el mensaje escopeta en mano e imprecaciones irrepetibles ante la inminente pérdida de su patrimonio. Como consuelo, ella pudo disfrutar de la casa mientras vivió.
López Herrera sostiene que «Ángel no hubiese estado nunca en contra de Fidel» y cuenta que «cada vez que ella se ponía brava, Fidel le decía: 'Mima, estoy haciendo lo que nos enseñaste: a compartir lo que teníamos'».