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Sociedad

La epidemia insomne

La mosca 'tsé-tsé' ensombrece el futuro de medio millón de personas en el mayor rebrote de la 'enfermedad del sueño' que padece África desde 1950

ANTONIO MONTILLA
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Doldowine bosteza, pero no se duerme. Su pequeño cuerpo tiembla tras el último golpe de náuseas. Las diarreas persisten, aunque con menor intensidad. Lo peor es que el sistema inmunodepresivo de esta niña de dos años languidece. Curiosamente, todos estos síntomas no se los provoca la enfermedad que padece, sino el tratamiento que le salvará la vida.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta que la mayor pandemia provocada por la picadura de la mosca tsé-tsé desde 1950 golpea con dureza al continente africano. Este organismo calcula que hay más de 400.000 contagios al año, aunque sólo 40.000 afectados reciben los fármacos necesarios para evitar que fallezcan. Existen unos 250 focos (en 35 países) donde la tripanosomiasis humana africana (enfermedad del sueño) es ya una epidemia. Uno de los más virulentos se encuentra en Batangafo, localidad situada al norte de la República Centroafricana (RCA).

Este drama, sin embargo, zozobra inadvertido para la comunidad internacional, a la que le cuesta fijar su atención en estos territorios recónditos y sin apenas valor estratégico. Esta pandemia también escapa a la debida atención mediática. No hay imágenes impactantes de miles de niños desnutridos ni de centenares de cadáveres como ocurre con demasiada frecuencia en este hermoso rincón del mundo acuciado por las hambrunas, cólera o sarampión. La tsé-tsé deja 60.000 difuntos al año, pero mata lentamente, en silencio.

Barruntar que la pequeña Doldowine tiene suerte se antoja un eufemismo cruel. Superar la infancia es el primer reto en Batangafo donde, como en el resto de la RCA, cien de cada mil neonatos fallecen. La esperanza de vida se sitúan en los 39 años. Si Doldowine se repone de su pesadilla, le aguarda una existencia muy diferente a la de una mujer europea. Se casará a los 14 o 15 años. Previsiblemente, antes de cumplir los 24 ya tendrá cinco hijos. Compartirá a su marido con otras tres esposas, porque la poligamia es legal (y común) en su país. Trabajará de sol a sol. Comerá una vez al día, con la mandioca como base alimenticia.

Pero esta Doldowine de diciembre de 2008, que pese a todo su contexto social aspira a ser feliz, atesora la fortuna de recibir cuidados médicos en una cama del único centro médico especializado que existe en toda la RCA para luchar contra el dolor que la mantiene en vilo: Kobela tilango, susurra la mamá de Doldowine en sango, su lengua natal. «Enfermedad del Sueño», traduce el doctor de Médicos Sin Fronteras (MSF) que intenta que la niña duerma.

Conflictos armados

La enfermedad del sueño también ensombrece a los vecinos Chad, República Democrática del Congo, Sudán, Congo y Angola, países en los que ya se creía controlada esta incidencia (un caso por cada 10.000 habitantes). ¿El motivo de este retroceso sanitario? Un conjunto de causas de índole socioeconómica, gangrenadas por los espurios intereses que han alimentado, en las últimas tres décadas, múltiples enfrentamientos armados entre estados o etnias de una misma frontera. La guerra mata después de la guerra y se ceba con pueblos como el de la RCA, infectados por el longevo virus del miedo. Y ese pánico empuja a millares de seres humanos a huir a zonas inhóspitas. Las acciones militares, además, cercenan las pírricas cosechas, destruyen las escasas infraestructuras sanitarias e impiden el libre traslado de la población civil que queda, en definitiva, aislada y sin asistencia.

Batangafo está situado en el triángulo más conflictivo de la RCA, donde rebeldes de cuatro grupos distintos luchan contra el gobierno de Bozzize, a la vez que crueles bandidos sin bandera arramplan con lo poco que hay en los poblados. Sus crímenes quedan impunes. La justicia, al menos como se entiende en la Unión Europea, ocupa un lugar muy rezagado en las prioridades de un Estado tan frágil.

En Batangafo, como en el resto del país, existen otras muchas carencias. Sus habitantes desconocen las ventajas de la luz eléctrica o el agua corriente. Dos privilegios que sólo gozan en la capital, Bangui.

Lo que sí hay en este laberinto de casas de adobe y paja son iglesias y mezquitas: más de veinte, frente a un único centro de salud. Una proporción que evoca el pensamiento recopilado por el arzobispo sudafricano Desmond Tutu: «Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: cierren los ojos y recen. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia».

La mitad de la población de la RCA profesa la fe protestante, el 30%, la católica y el 15%, la musulmana. Los terrenos más productivos del país, en cualquier caso, no están en manos de las misiones religiosas, sino de las multinacionales, sobre todo las que se dedican a la extracción de diamantes y otros codiciados minerales.

El doctor Marcel Fioby acaricia a Doldowine mientras un auxiliar intenta hallar una vena en el minúsculo brazo de la paciente para inyectarle su dosis diaria de eflornithina. Su llantina desvela a las claras que este antídoto duele. Es un mal menor.

El Gobierno de la RCA aún mantiene en su protocolo el tratamiento con melarsoprol, fármaco ideado en 1940 a base de arsénico. Una solución que resulta letal en un 5% de los casos. Tanto la eflornithina (que sí utiliza MSF) como el melarsoprol los distribuye de forma gratuita la OMS. «Para administrar eflornithina necesitaríamos camas de hospital, enfermeros, agujas y sueros, algo que puede ser normal en Europa pero que es impensable para un país con las necesidades del nuestro», explica el doctor Sylvestre Mbadingai alto cargo del Ministerio de Sanidad de la República Centroafricana. La OMS confía en que un nuevo fármaco, el nifurtimox (más fácil de administrar), ayude a frenar la tripanosomiasis.

Mbadingai reclama a la comunidad internacional un mayor auxilio económico. El Gobierno afirma controlar tres de los cuatro focos que tienen delimitados en su país, pero reconoce que sin el hospital de MSF (presente en la zona desde 2006), los habitantes del área de Batangafo quedarían desamparados. MSF ha salvado este año a 1.100 'enfermos del sueño'. El problema primordial radica en los no diagnosticados. Su número es difícil de calcular. Las aguarda la muerte, precedida de hasta dos años de dolencias: delirio esporádico, somnolencia diurna, cefaleas agudas, movimientos motrices incontrolados y, finalmente, graves fallos en el sistema nervioso .

Ausente

Los ojos de Doldowine dibujan una hipérbole imposible de describir más allá de universo de la tripanosomiasis. Una mirada perdida que comparte con el resto de compañeras de pabellón. La niña, que ante cualquier gesto de cariño coquetea con la sonrisa, está en la segunda fase de la afección, la más delicada. Su madre tardó en traerla al hospital. Los síntomas de esta perturbación son difíciles de detectar. Llegar hasta un centro de salud en la RCA (cuando existe) es una odisea (ni autobuses, ni coches ni carreteras). Por eso MSF apuesta por buscar barrio a barrio a los enfermos. Los técnicos llaman a estas pesquisas dépistage actif. La cuestión es que miles de personas se esconden aún en los bosques, huyendo de la violencia. Llegar hasta ellos es peligroso.

Cyrille Sama lleva siete meses pegado a un megáfono explicando, casa por casa, los riesgos de la kobela tilango: «La población, desgraciadamente, es analfabeta y no sabe que esta enfermedad la provoca la picadura de la mosca tsé-tsé; algunos han oído que sólo es cosa de pescadores o de los que comen mucho pescado y hay que explicarles que el pescado no tiene nada que ver, sino que las personas que están cerca del río tienen más posibilidades de ser infectadas, porque allí hay más moscas».

Amanece un nuevo día. La pequeña Doldowine protesta porque sabe que le espera su antídoto. Son las seis de la mañana. En ese mismo instante, la doctora italiana Arianne y su equipo llegan el barrio de Kaninga, en un nuevo dépistage actif. Fue este contingente sanitario quien descubrió hace seis meses el motivo de la vigilia de Doldowine y de otras veinte personas más.

Media hora le basta al equipo de MSF para instalar, al aire libre y delimitado por tres mangos centenarios, un peculiar a la par que sofisticado centro de análisis clínico. El equipo realiza en una jornada más de quinientos test Catt (reactivo de anticuerpos). Si el resultado es positivo, se somete al enfermo a una punción glangionar que corrobore el diagnóstico. La última prueba se hará en el hospital: una punción lumbar que determinará el tipo de tratamiento. El de Doldowine marcha bien.